El océano se torna color
petróleo, padecemos un atardecer de tormenta, se divisa ya el viento desatado
que inundará con sus aguas las arterias de la población, por debajo, reventando
en agua y cañerías los baños y los enseres más preciados; los elementos se
potencian con los amargos químicos de nuestro aliento y entonces sobreviene una
fosa, una profunda escalera de piedras marinas que se prepara para darnos un
manotazo, el último, el primero, el más doloroso.
LA ROSA PRISIONERA