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Yo que tengo lejanos jardines en la luna
y reinos invisibles en estrellas lejanas
y princesas dormidas de embrujada fortuna
y reinos interiores y cosas extrahumanas.
Yo que tengo un silencio de armonía profundo,
gravitando con ritmo de misterio en mí mismo;
yo que siento y que vivo la belleza del mundo:
jamás podrán hundirme en el "pequeño abismo".
Basta que mire al cielo y llame a las estrellas
para arrullarlas dentro del corazón transido;
basta que, cara a cara, diga a Dios mis querellas
para que Dios conteste: "¡Hijo! ¿Te han afligido?"
Por eso nada importa, Madre, que a tu buen hijo
los pobres hombres quieran herir: ¡Piedad por ellos!
¡Piedad, Piedad, Piedad! Mi amor ya los bendijo:
¡que la luz de los astros les peine los cabellos!
(1914)