De “Alturas”
En la poderosa geografía del hombre y la mar
en la altura imbatible del viento
desde el corazón de la roca marítima
y entre el vigor azul del cosmos terrícola
voy como huésped ilustre de las quebradas
oliendo rumores, sirviendo vasos
con pulmones bañados de humo
dibujando el aire con bocanadas silentes.
Voy en vagancia como brisa de octubre
en un Valparaíso escalonado de fiebres
de pueblos perdidos en curva y silencio
y entre la agitada virtud de la creación
entre el murmullo inagotable del océano
y las oscuras lágrimas preñadas de sal
estampo la historia de mi palabra
como un legado de piedra virgen
que se entrega a los pies del mundo.
***
Abajo
en la ciudad que se cree eterna
en el patrimonio enclenque
que sucumbe con el brinco de la tierra
ahí abajo
he visto gente amarga
marinos retirados
soplones y peinetas
seminaristas y sanguijuelas
estafadores y silenciosos
alcohólicos y torturadores
asesinos y sacerdotes.
A uno de esos vi una vez
acariciando la piel de un niño.
A uno de esos vi otra vez
tomando la mano inocente de otro niño.
Ni hablar de los basureros
y los hombres que habitan a ellos.
¿De qué patrimonio me hablan?
***
No quiero la estancia del fino paladar.
Quiero la piedra dura
como pan de mesa.
No quiero tampoco la copa delgada
balanceándose por mis labios.
Quiero el hosco vaso
que no conoce fondo.
Quiero el tumulto de la tierra
levantando a los hombres.
Quiero la humildad del trigo
estrechando mi mano.
Quiero la casa con luz
fulgurando en el cerro.
No quiero estas sonrisas
ni tampoco la blusa de colores
ni el labio pintado
ni la colonia en el cuello.
Quiero el perfume del camino
entrando hasta el banquete
con el dulce trino de la noche desnuda
rodeando los corazones.
Sólo entonces
seré poeta.
***
El viento norte golpea mi cara.
El rancho siente el rumor de la tormenta.
Afuera los animales se inquietan.
Resplandece la pipa encendida del hombre
en el atardecer de junio.
Valparaíso hierve de actividad
y en lo alto
mi paciencia intranquila
espera el vendaval del barro.
Puede mi sangre abrirse a la lluvia,
puede.
Pueden mis animales congelarse en su inocencia,
pueden.
Puede mi rancho sumergirse en el silencio,
puede.
Puede el cerro transformarse en desastre,
puede.
Y la ciudad bajo techo no se entera de esto.
No importa.
En la boca dormida de la muerte
la palabra seguirá brotando
como un pétalo de primavera
tras la tormenta.
***
Suburbio mío
refugio de mi aliento
rancho de mis días
altar de mi madera.
Como un esporádico pájaro
caigo desde ti a la ciudad
con mi animal cansado
y mis papeles sucios.
Soy el habitante más alto de esta tierra
y en mis alturas no hay dinero ni emblema
sólo fruto y canelo
que la vida me fragua.
En la ciudad soy extranjero.
En las calles soy pergamino.
En medio de los autos
soy pasado olor naftalina.
Y me hago sombra a veces
en los barrios de la piedra
entre las callejas sorprendidas
por donde se planta mi huella.
Una lágrima entonces baja de mis cumbres.
No me gusta lo que veo.
La civilización del hambre
estallando como una ola de junio
partiendo mis párpados en dos
y en mi pecho su dolor
se hace invierno.
Hay un niño que llora
por una olla solidaria
y más allá una mujer solitaria
vende besos de carne
a quien llega en auto a buscarla.
Hombres y botellas
son un solo espectro.
Perros y basura animan la fiesta.
Entonces ahí yo prefiero volver a mi nido pequeño,
arriba, lejos del castigo severo
que la urbe patrimonia
envía a los humanos.
Porque no pertenezco a su miseria
no soy uno más de sus muros destrozados
ni estoy en el cemento manchado
de su alcohol anónimo.
Soy quebrada, aromo, pastizal,
Valparaíso rural encaramado en la incógnita
en la incierta latitud de lo verde.
No pertenezco al paisaje miserable
de los hombres abandonados
soy hombre de pecho fuerte
pobre queriendo dejar de serlo.
Así sea.