Esperar que el viento
transforme la pena en alegría,
o al menos, en una sensación
de libertad.
Escuchar a lo lejos
los ladridos de los perros:
recordar la fría pared
de la casa, abandonada,
descascarada, sumida
en un permanente proceso
de caída.
Huir
de ese derrumbe.
Y no tener certeza
de volver
a remover
escombros.