El bosque era nuestro centro. A su alrededor estaba la multicancha, un patio grande rodeado con las oficinas y salones de la Casa Comunal, y mucho cerro. Había unas grandes canaletas donde los niños se metían y atravesaban pequeños túneles de forma alucinada. Un preámbulo de las alucinaciones que vendrían después, con la primera juventud, donde los túneles dieron paso a las escaladas noches en la casa del árbol, donde el bosque sombreaba los ojos y dejaba ver búhos, murciélagos, y uno que otro movimiento algo inexplicable. Al menos unas diez veces vimos pasar el furgón policial, alumbrando con linternas hacia todos lados, mientras nosotros nos escondíamos tendidos en el piso de la casa que de afuera sólo parecía una precaria construcción con pedazos de tablas y cartones malamente colocados.
Hoy el bosque podría desaparecer y con él lo inexplicable. Un edificio de 28 pisos se levantó erguido, desafiante, frente a los pinos y los eucaliptos. Hay que decir: especies pensadas para el negocio forestal, pero aún así eran un bosque valioso porque era una residencia concreta de nosotros y de todos los bichos que lo habitaban incluyendo los niños de la villa. Con el edificio al frente se inició una resistencia simbólica donde quizás los árboles empezarían pronto a caerse uno por uno, o a lo mejor no, se mantendrían de pie, y llegarían otros niños a armar malamente alguna casita entre los pinos.
Lo cierto es que la inmobiliaria ya había ganado su edificio. Pronto nuevas familias llegarían a vivir con una vista privilegiada de una población que no conocían. Y aquí una contradicción: es lindo ver la población desde estos edificios que en Valparaíso han arruinado para siempre barrios bellísimos e históricos. No falta el socio o socia de la villa que se arrienda uno de los departamentos del flamante edificio en altura y así se nos regala una nueva perspectiva de nosotros mismos, acentuando la sensación de pérdida pero agradeciendo estúpidamente la imagen de nosotros mismos tan pequeños, tan preocupados del cemento que a veces nos olvidamos de vivir hacia la tierra.
Había que estar con el bosque en esta pasada, pero todo fue más allá y desde la inmobiliaria decidieron expandir sus inversiones y empezaron a averiguar sobre los terrenos de al lado, y así los pinos y los eucaliptos iniciaron el lento tránsito hacia la inminente desaparición tras una compra de títulos de dominio a unos cuantos herederos que ya no vivían en el país. Pero hubo una resistencia. Se cuenta que una poblada bajó una noche y atacó las dependencias de la inmobiliaria que había acordonado el bosque. Quemaron las casetas de los guardias y la policía que llegó se vio sobrepasada. Los refuerzos tardaron en llegar. Y bajo una lluvia de piedras y bombas de pintura, los atacantes escaparon tan rápido como aparecieron, entre las sombras de la calle Quirihue. No hubo un solo detenido. No se encontraron panfletos ni reivindicaciones.
El tema asustó a la gerencia de la inmobiliaria pero no lo suficiente para detener el proyecto. Reforzaron el cierre y aumentaron la seguridad. Pusieron cámaras y más guardias. Se podían ver algunos perros olfateando incansablemente el resguardado bosque. Entre los pinos, en las alturas, se veían dos casitas que quedaron desde antes del cierre perimetral. Cuando la resignación era total, nos fuimos dando cuenta que las obras se demoraban mucho en comenzar y ahí llega entonces el rumor de que se encontraron irregularidades en la presentación del proyecto y ya no hay permiso para las obras, se revirtió todo, así que por ende, no habrá segundo edificio. Sobria algarabía: perdimos el bosque pero no lo perdimos, lo seguimos sintiendo en su latido lejano aunque no lo podemos habitar, a pesar de que está ahí, sereno y sonoro como siempre.
Después el tiempo pasó y con el edificio ya habitado, la inmobiliaria se aburrió ante el obstáculo legal que le impedía iniciar obras y paulatinamente descuidó el cierre del bosque, retiraron las cámaras, se llevaron los perros y los guardias. Con el tiempo, se quedaron sólo con el conserje del edificio que sí se alcanzó a construir. Pronto los perros del barrio se colaron por el cercado y volvieron a olfatear los árboles, identificando el rastro de los celadores. Luego, una niña, junto a otra, y a otra más, abrieron un boquete y se metieron a buscar flores, insectos, rastros, piedras. Y en la otra punta, desde la ladera de al frente, dos niños oteaban la posibilidad de subirse a lo que parecían ser los restos de una casita, calculando si resistiría sin caerse con ellos al piso.
Nunca supimos bien qué pasó, pero se cuenta que la inmobiliaria habría ocupado unos certificados falsos tras no poder localizar a uno de los herederos. Algo así. Esto fue advertido por los vecinos que se oponían al proyecto y lo apuntaron en una demanda. La ganaron. Permiso revertido. Podemos no ser exactos en los detalles, pero el asunto fue que los herederos aparecieron, estaban en Inglaterra, y como dueños de la tercera parte del terreno declararon su voluntad de mantener, al menos en su parte, el bosque tal como estaba y dejarlo abierto para su uso comunitario.
Tiempo después esta historia salió en una reunión y uno de los presentes dijo haber participado en ese ataque a las instalaciones de la inmobiliaria. Contó que la organización se armó en una noche, entre un grupo de amigos y gente del barrio, algunos parientes y primos lejanos, todos con la historia de crecer juntos y con la misma impotencia frente al arbitrario actuar de la inmobiliaria, que cometía y cometía infracciones y seguía funcionando, ignorando los dictámenes municipales que le suspendían el permiso de obras. Preferían pagar la multa, la ley estaba de su lado, siempre está del lado de los poderosos la ley.
Y así entre sorbo y quemada se armó una estrategia y la cumplieron, al pie de la letra. El relator destacó mucho que el único guardia que estaba ese día en el perímetro no fue agredido, solo reducido algo bruscamente luego que intentara apuñalar a uno de los atacantes. Calcula entre cuarenta y cincuenta la cantidad de participantes. Ocuparon bombas de pintura, piedras, y la quema fue con un bidón de bencina y un fósforo. Reiteró que no se agredió al guardia, sólo se le redujo y como se resistía mucho, se fracturó el brazo. Sus gritos pusieron un dramatismo innecesario a la escena, aunque suene seco -dijo el protagonista-. -Le advertimos que se hiciera a un lado y después de aceptar, arteramente, nos atacó con un cuchillo-, señaló molesto.
Esa noche hubo un arduo debate por la validez de la acción realizada, pero ya más entrada la noche el tema se disolvió y se olvidó como se olvida todo. Nunca supe nada más. Ahora de tarde en tarde surgen rumores de que los terrenos del bosque tienen nuevo dueño, nuevo proyecto, pero lo cierto es que el bosque sigue ahí, y hasta se ve más bonito con el edificio al lado. Debe ser por alguna conexión con la sensación de victoria, un triunfo por la persistencia del hábitat. Así aprendí que no solo los seres humanos tenemos derecho a tener un proyecto de vida, también lo tiene la naturaleza, a quien en algunos países ya se le ha reconocido el derecho al hábitat y a desarrollarse igual que un ser humano, una notable evolución mental que podría salvar a la humanidad en este duro momento planetario.