26 de octubre de 2016

Cabildo


Van y vienen mis huesos:
la antigua provincia
establece algo de su muerte
en mis ropas.
Miro a los pájaros volar:
en su gesto de fuga
encuentro la sustancia
de mis poemas pasados.
Llevo una tristeza
colgando de las palabras.
Busco el fuego
que perdí enamorándome:
amando lo superfluo
expandido como verdad.
Una máscara:
una falsa sonrisa
es el mundo en mi vida.
Voces que me buscaron
como quien busca comida.

(El polvo del mundo
me ensucia la piel:
las manchas, el color,
entregan a mi rostro
un perfil de agotamiento,
una sensación de derrota).

Muero cada día
en cada palabra escrita.
Escribo esta poesía
como un gran epitafio
de mi existencia.
La selva muriendo conmigo
(muriendo).

Mi poesía es el ave
que escapa de esa muerte,
de ese incendio forestal
en el alma.

Una sola cáscara
es mi diáspora emocional.
Me reparto en pedazos
en cada momento
en cada sentimiento.
Así las cosas todas
llevan un poco de mí
y así me marchito lentamente.

Espero algo
que jamás llegará.

Una ventana se abre
al fondo de mi alma.
Veo al mundo muerto
al otro lado.
Respiro paz,
una sombra amigable
es el pozo oscuro
del universo.

La poesía no me sirvió
para entender la vida.
Me sirvió
para entender la muerte.
Para amarla, como a una
madre bella.