Sí, la neblina,
esa que siempre me gustaba
por su perfil de humo,
penetrándome, pulmón
a pulmón y sangre a pellejo,
ciudad arriba, en la inmaculiada
periferia de los primeros días
(el sonido de una bala pasándose)
(la botillería y la última visión
de esa noche);
(el sonido de una bala pasándose)
(la botillería y la última visión
de esa noche);
anhelo ya
la vieja humedad
del pavimento como llorando,
con el aullar de las sirenas a lo lejos
y
la tenebrosa fractura del aire del pavimento como llorando,
con el aullar de las sirenas a lo lejos
apretando la garganta;
yo vi sus ojos cerrarse
una noche como ésta,
con esta misma neblina mutando
en seis mil lenguas sus gotas,
haciéndole el amor y rebalsándola
antes de desvanecerla y susurrarle
un último poema.