12 de septiembre de 2015

"Nunca será conocida la verdadera cantidad de muertos después del golpe”


El 21 de septiembre de 1973, la estación de la CIA en Santiago transmite el siguiente cable: “se prevé una represión severa. Los militares arrestan a un gran número de personas, incluidos estudiantes y gente de izquierda de todas clases, y los internan. Los militares consideran ejecutar a cincuenta izquierdistas por cada francotirador todavía en actividad”. Al día siguiente se informa sobre una masacre: “si bien la aviación abandonó su proyecto de bombardear la zona de La Legua, se cuenta allá un gran número de muertos: 500, en su mayor parte civiles. En total, diez días después del comienzo de las operaciones, las fuentes de la CIA en el seno del nuevo poder evalúan entre 3.000 y 5.000 el número de muertos en Chile, mientras que la cifra oficial de la Junta es de 244”.

¿Cómo se oculta el número exacto de muertos? La CIA explica: “las cifras oficiales sólo reflejan las muertes de personas tratadas en hospitales y servicios de urgencia. Es allí donde se emiten los certificados de defunción. Pero la gran mayoría de las personas muertas en las operaciones de limpieza no han pasado por ese circuito”. Los militares han establecido un sistema oficioso de recuento. Los agentes de Estados Unidos lo conocen perfectamente: “son informes verbales de los comandantes de regimientos. Estos informes se transmiten oralmente, a través de la cadena de mando, hasta la cumbre, la Junta”.

El 24 de septiembre la estación de la CIA en Santiago informa a Washington que “nunca será conocida la verdadera cantidad de muertos después del golpe”.

Más tarde, la CIA informa que los carabineros se sienten colmados por las torturas, las violaciones y los asesinatos perpetrados por las fuerzas armadas. En febrero de 1976, un agente de la CIA llega a un centro secreto de interrogatorios de la fuerza aérea, cerca del aeropuerto de Santiago. Allí ve dos vehículos militares que descargan dos docenas de prisioneros esposados, con los ojos vendados. Entre ellos hay “un niño de 12 años de edad y un hombre de edad. Ambos son golpeados por los guardias, que les golpean la cabeza varias veces contra el muro del edificio”. Algunas horas después, los prisioneros salen de un hangar. “Manifiestamente – escribe el agente en su informe – sufren el martirio. Se doblan sobre sí mismos en el suelo, incapaces de levantarse”.

El hecho de detener desde sus propios domicilios, lugares de trabajo o en la vía pública a hombres, mujeres y jóvenes, hacerlos desaparecer por años y mantenerlos en total indefensión, ha conmovido no sólo a los familiares de las víctimas, sino también a la inmensa mayoría de los chilenos, a personalidades, cancilleres, estadistas y gobernantes de todo el mundo porque ello ha importado descargar todos los horrores de una guerra ficticia en pacíficas familias (...) "Según nuestra fuente - informa la estación de la CIA en Santiago -, el problema mayor de la DINA es su sistema de interrogatorio. Su técnica arranca directamente de la inquisición española: a menudo deja marcas visibles en el cuerpo de las personas interrogadas. En nuestros tiempos no hay ninguna excusa para usar métodos tan primitivos" (...)

El 13 de abril de 1974, en carta dirigida a Moy de Tohá, el general Carlos Prats señala: “Ante el futuro sólo siento un gran anhelo: que llegue cuanto antes el día en que la masa de mis compañeros de armas se convenzan, por sí mismos, de que han sido engañados y de que han incurrido en la equivocación histórica más tremenda, al convertirse en verdugos del pueblo de su patria. Porque sólo en ese momento se puede empezar a recorrer el camino de la liberación”.



*Extraído del libro "La gran guerra de Chile y otra que nunca existió", de Volodia Teitelboim.