Finalmente la primavera
sacó a relucir nuestros huesos
y volví a ver a mis hijos,
corriendo libertarios tras un volantín,
saboreando la libertad sin tenerla.
Escuché de nuevo la rotación de mi canilla de acero
en la fábrica Sumar, reconocí los dedos de mi madre
limpiándome las lágrimas, era niño, era árbol, era nadie,
y en la mitad de mi sueño el corazón de la ciudad
era una gigantesca fábrica repartiendo poesía en el viento,
poesía como martillos y clavos, como llaves, como tuercas,
como repuestos de la gran maquinaria popular
que todavía resuena en alguna parte
de nuestra conciencia industrial,
llevando leche y carne a la boca de los niños
que siguen persiguiendo el precioso volantín
de la liberación colonial.
Sí, fui acribillado, pero gracias a la primavera
germiné, me establecí como un árbol
al costado del camino, conversé con el viento
y besé sus labios muertos, besé hojas y palabras
que me fueron inventando como se inventan
todos los héroes en la memoria colectiva.
Dedicado a los trabajadores de las fábricas
Indumet
Indugas
Yarur
Lanera Austral
Cobre Cerrillos
Mademsa