Montaña
del espíritu
adherida al reino de coral
donde los cetáceos dan manzanas,
perdí mi camafeo negro
y el azúcar de las pestañas.
Todo está en éxtasis, dormido,
el mito semejante y extraño
con una igual fragancia entre las ruinas.
Remeda mi emoción de juncos líquidos
el terciopelo sin piedad del horizonte.
Son infinitos los dolores ilustres
que parten el aspecto exterior de mi suerte,
e innumerables los ecos
de los charcos divinos.
Pero mi canción recoge
el diapasón de la sombra que canta.
Bella urraca del cielo,
voy, (celeste), encuadernando
mi imagen de azahares confundida.
Existo para descifrar un alfabeto disperso,
agrupado de odios explayados
sobre la multiplicidad de los abrojos.
Mercadería tristemente arrinconada,
en mi barco de vela azul y oro,
la poesía me defiende de mí misma,
ahora, cuando como sarmiento de Julio
quemado en lo amarillo profundo,
te entrego un corazón adolescente.