El soplido de la estética, el vértigo amanecer de la palabra cuadrada en el infinito, dejando su ventana abierta para siempre. En casa, algunas moscas muertas, algo de sangre en la ventana, cuadernos que se transforman en raquetas, y el sonido de la construcción del frente me recuerda el trabajo, sus sindicatos, la obra, la acalorada reunión nocturna, las impresiones clandestinas y un millar de historias de aquí a Iquique.
Llego a otro lugar. El soplido del cementerio, lleno de titanes, como una cáscara oceánica abriéndose al cosmos, como cayéndose a la galaxia, en esas noches limpias de enero, el cementerio, el océano de la tierra, lleno de historia silenciada, con un rumor de paz y marea que complica cualquier teoría sobre la vida eterna. La vida eterna y sus primas, el perdón de los pecados, el pariente rico, que no comparte nada, la vida eterna, la reencarnación, el juicio final. No. No hay nada, nada más que mar, tierra y los elementos cruzados entre sí.
Nos hacemos parte de este ecosistema, como esa zanahoria que cayó olvidada a la tierra y volvió a ser tierra (así dejó de estar sola y olvidada y formó parte de un todo). Los sentidos se van con el cuerpo. Por ende cualquier concepción al respecto es imaginaria. A mi me inquieta más pensar quien sujeta los planetas en el aire, quien los amarra en órbitas, quien enciende los soles. Hay límites o todo es infinito. Por ahí va la intuición, una tenacidad media pariente de la necedad pues a fin de cuentas nunca descubriré nada.
El soplido de la estética. Caen las últimas banderas y el gran rey corrupción capital se instala a gozar sus últimos años. Aún agoniza el cristianismo en Europa y en otros lados, pero en América Latina muchos cristianos aún dan cara y se les respeta. Caen en pedazos los edificios agrietados de la creencia partidaria. Todo se empieza a revolver, hay muchas armas en muchas manos, algo de cocaína, más de lo que creemos, y en el horizonte aúlla un pelícano convertido en zorro culpeo.
Dejo constancia de mis reparos. El soplido, la épica social americana, los trabajadores, el encanto de tus faldas. Voy y vengo por la avenida del descrédito y la lección, el aprendizaje sublime del silencio, escarbando arcilla en periferias ajenas a toda lógica. Lejos, muy lejos del centro de tus manos. El soplido, esa tierna brisa de media tarde en Playa Ancha, cambia todo y va y viene revolviendo la imaginación, las ganas, la locura.
El soplido de la estética, concepto imagen, algo inconcluso, buscando partes por el territorio castigado, donde antes hubo una patria joven y madura como la más linda de las viñas, donde antes hubo un sol que alumbraba a todos por igual. Al margen de los libros siempre han estado nuestras orillas. No entramos, no cabemos en los cuadernos sacrosantos, en los conventos convertibles del país capital. Pero nosotros somos tierra y crecemos en las raíces.