La escalera está sola. Como apareciendo de la nada, el sol sale después de una noche de lluvia intensa y trae color donde un minuto antes no lo había. Es media tarde ya y los cerros que miran al poniente disfrutan algunos tardíos rayos del astro amarillo. En alguna de las calles y avenidas de esta ciudad puerto, un ciudadano peatón con el paraguas en la mano se asombra por este regalo. El cielo está completamente cubierto. O casi. Ahora entra un pedazo de sol hasta acá y es brutal la belleza que logra el pintor invisible - de siempre - en este momento de barniz pálido.
A lo mejor me equivoco. Quizás nadie en su tránsito hipnótico se da cuenta de este detalle / imagen de ciudad recién bañada. El hombre y la mujer hoy van apurados, pero ya se sabe que no es bueno generalizar. Quizás sí, quizás no, en la incertidumbre hay un poco de infinito. Lo que sí es cierto, es que la gracia de este pedazo de costa son sus cerros y las vistas que desde ahí se obtienen. Eso permite apreciar estos detalles del entorno. Hasta hace unos años nos referíamos a vistas limpias, perfectas, distantes, sin mucha gravedad a veces. Hoy hablamos de vistas interrumpidas, cortadas por bloques rectangulares de habitaciones departamentos, muy parecidos a algunos nichos del cementerio Playa Ancha.
Igual todo tiene solución. Arriba, bien arriba de los cerros, el habitante se ríe de esos insignificantes edificios de oficinistas, secretarias y afuerinos. En sus alturas las distancias viven aún, y la bahía presenta su cara completa de sonrisa oceánica. Bajando la cosa cambia y ya entran a aparecer estos nichos gigantes, donde la gente vive apretada sin meter mucha bulla. A decir del poeta: “ya en el nicho, ahora, en vida”.
Suben las nubes y se amplía la llegada del sol a otros rincones. A una hora de su puesta, él intentará secar la lágrima múltiple de la nube. Estación fría, polar. Sol, estás caliente pero muy lejos para salvarnos del puño antártico. Mejor muéstrame esas casas de cartón allá arriba. Las vistas inmensas. Existe todavía aquel que no tiene agua, sólo barro. Estos fríos que caen le duelen tanto como un martillazo en el dedo. Y nadie ha escuchado a esa voz pues es una voz invisible y muda, como la tierra que muere lentamente.
Muy bien, me preparo para la noche. El fuego me busca y yo enciendo a lo lejos una pipa, y a lo lejos también las nubes se disipan, se agrupan, todo es un proceso acuático y aéreo, y en las arterias de la ciudad puerto los paraguas ya duermen, los cigarrillos vuelven a su trámite popular, la calma llega, se van las nubes, se marcha la tormenta, llega el frío, y más a lo lejos, resucitan las palabras que se comió la lluvia, como tejidas por dedos de hielo - hijos del mar - que declaran en ellas "absorta admiración de paisaje".
Valparaíso, junio de 2007
La tarde del planeta siempre logra someterme.