8 de abril de 2011

Por encima de los techos


Una catástrofe natural ocurrida en la ciudad argentina de Santa Fe da origen a este poemario de Roberto Daniel Malatesta, cuyo ojo observador se expresa en imágenes húmedas, colores en escampado y un relato cuyo tono es la humildad severa a la que nos obliga la naturaleza con sus manifestaciones.

En la presentación del libro, Malatesta señala: “Este es un libro surgido de la necesidad, ni preciosuras ni autoayuda. Este es un libro desprolijo, no hay cronologías, todo el hecho es uno. Este es un libro que tenía que escribir para acabar con el tema. Y por sobre todo es un libro que debía buscar al lector puesto que no podía permanecer solo sin perder su sentido. Y es un libro, también, para decir: Gracias”.

El texto narra poéticamente los efectos de un gigantesca inundación que afectó a Santa Fe entre el 30 de abril y el 24 de mayo de 2003. Una tragedia oscura, un desborde de río que trajo consigo el caudal imperio de los elementos, arrasando con todos los caprichos del hombre. Según constata la prensa de la época, y como el mismo poeta lo confirma, la lengua del río entró a las casas destruyendo libros, trabajos, electrodomésticos, muebles, álbumes familiares y alfombras, aislando a miles de personas. Incluso varias familias quedaron varadas sobre los techos de sus casas, por días.

En esa estancia, lo primero que aparece es el observador desamparado, el poeta sin posibilidades de escribir en el instante mismo del desborde del gigante: “Advierto que no tengo tinta ni papel / y el río crece. Para mí y para mi perro / lo único seguro es el techo de la casa”.

De ahí en adelante, se suceden una serie de imágenes sobre la catástrofe, hasta que lentamente, centímetro a centímetro, el agua va bajando y la vida de la población de Santa Fe vuelve a aferrarse a la normalidad, en un territorio “sin fechas, sin calendarios”, donde la visión de algo tan cotidiando como un medidor de luz o una casillita de cartas, es celebrado por personas que se aferran a la esperanza de poder empezar de nuevo, tras sobrevivir al desastre.

“Por encima de los techos” plantea una poesía llena de perplejidad ante la magnitud de las fuerzas naturales, tema que podría ser cada vez más recurrente debido a los graves daños al medioambiente y al clima causados por el actual sistema de vida, del cual somos todos responsables. Pero además, y esto es muy importante, Roberto Malatesta reivindica el rol de poeta como testigo de su época, en cuya bitácora está casi siempre la historia que no cabe en la literatura oficial ni en los estrechos temarios escolares, aquella de la esquina, que se escribe con brazos arremangados, trabajo y algo más.

A continuación, algunos poemas:

Y el río crece

Advierto que no tengo tinta ni papel
y el río crece. Para mí y para mi perro
lo único seguro es el techo de la casa.
Quiero gritar, pero mi grito es tinta
y no tengo papel en dónde derramarlo.
Miro al cielo: Llovizna. Detrás de la llovizna
veo la cara húmeda de Dios.
Brilla su oscuridad, su penumbra luminosa.
Me digo: - aún tengo Dios - y me doy bríos.
Descubro que después del papel,
aunque mucho más alto, está Dios,
y sinceramente agradezco.
Dije una plegaria que no recuerdo.
La hubiera escrito, no importa,
todos los hombres la saben,
llegado el momento.

Ver

Desde la ventana del primer piso de mi vecino
veíamos aparecer marcas, señales, en la vereda de enfrente.
Una nueva hilera de ladrillos, asomar un tapial,
la puertezuela del medidor de luz y de ella
el tornillo donde la pinza abre, más abajo
la aparición del cristal, luego, su final
y así todos estos elementos que durante años
estuvieron a nuestra disposición, y no vimos,
ahora sobredimensionados por su efecto esplendoroso:
el río comenzaba a bajar, el río se retiraba de la ciudad.
Al final de aquel día mi vecino dijo: mirá,
la ranura para las cartas de aquella puerta
está a la altura del picaporte de aquel portón.
Cuánto significado encontrábamos a estas cosas.
¡Y eso era mirar!
Todo un día y la mitad de otro estuvimos viendo.
Los vecinos de enfrente, tres familias en una casa de alto,
hacían lo mismo con nuestra vereda
e intercambiábamos saludos y bromas
increíbles, y más, risas.
Quién sabe quién sufriría aquel día,
en aquel mismo instante,
por una mancha de humedad o por la copa
que se derrama sobre el mantel.

Cosas inútiles

- Cuántas cosas inútiles teníamos -
le dice la vecina a mi esposa,
y las casas iban quedando vacías,
y el vacío mismo era un sentido, y,
aún en medio del desasosiego,
¡se parecía a la esperanza!

Por encima de los techos

Detrás de la vía el río subió más allá de los techos.
Ahora, veíamos cómo se había llevado al barrio,
a su alma.
Pilas enormes de basura bloqueando las calles,
y caminando por allí alguien
que con fruición pasa la escoba a un mueble.
Yo no sé si de allí nacerá algo nuevo,
desde el ruido de la escoba, desde el músculo
que se tensa.
Pero al hombre no parece importarle otra cosa
que el efecto de la escoba sobre la maltratada madera.
Ese hombre que cree en la escoba
y cree en su viejo mueble
y sopla su trabajo como un dios sobre el barro.


(...)