Sigue haciendo, lo que estás haciendo sigue haciendo y
repite el panorama de tu canción subliminal tarareada metro abajo, metro abajo
como si fuera posible superar el letargo de las nuevas tecnologías trabándonos,
rodeándonos de espejos virtuales donde nos vemos y reconocemos y lloramos
cuando un paisaje se entierra para siempre, como actores de un drama simultáneo
de pésames y sucedáneos.
Lo que quiero decir es simplemente un solo de bajo que
armonice con tu oreja, enterrada hoy como ese pedazo de mundo que necesitamos
germinar, gozar, rodear; arder siempre, bien dicho, arder siempre y
permanentemente estallar y ser una tormenta que nos requiera en paciencia y
granizo, con los pies rotos de tanto caminar, presentándonos a la puerta de la conciencia,
esa puerta mediana, café y ancha que se abre al medio hacia una vieja sala fuertemente
iluminada con la ausencia furtiva de los vegetales que las manos de ella, te
acuerdas de ella, dejaron de regar una tarde mordida por el perro del tiempo.
Un suave toqueteo en la amanecida fue la señal, una mirada
de reojo hacia la ventana de la memoria, sabiendo que todos alguna vez
miraremos desde allá hacia acá; la quebrada recordaba días felices, en el aire
todo era inmortal, hasta tú, que te quedaste mirándonos para siempre desde el
marco de la foto, con la belleza de tu inocencia incrustada como un certero
planeta en la mitad de la tribu, desacostumbrada a los días.
Una
vieja micro volvió a pasar por fuera de la casa; hoy todo yace ensombrecido, la
micro no se reconoció en la ventana y nosotros no llegamos a la hora; los
pájaros picotearon todas las frutas del suelo y el humo de un incendio se quedó
para siempre atravesado en la garganta, recordándonos el pesar del recuerdo y
el imbécil chirrido de los neumáticos, inútiles como esta pena que no progresa
y se queda sentada tercamente en el borde del momento, mirando al bosque.
A la memoria de Jaime Sebastián Moreno Morales