Fuimos pedazos de cactus; yo me entregué
a las barbas de un dios que no prohibió nada;
éramos animales, azules y verdes; tomábamos
en vasos de piedra, por los contornos del
cactus,
como alquimistas del gesto del no retorno;
que nuestros huesos sean el calcio de una
estrella nueva,
que ésta sea descubierta por un niño, desde
otro mundo,
un día
como éste.