Discurso I
Eres la niña de los nichos,
cambias sangre de tu sangre, ensucias el lugar que tienes en la mesa, arrastras
tu orina de la pieza al pasillo y lloriqueas bajito en la esquina grasienta de
la cocina. Eres la vieja del cigarro chupado, la gallina hueca, la ruina
familiar, la maldición del tatarabuelo, que obligó al cura santiguar el féretro
materno con ortigas, porque los brujos habían corrompido su descendencia
femenina de vírgenes locas, viudas secas, hijas enfermas. Escuchas el griterío
de las arañas, no tocas la fragancia de los claveles, no caminas como cisne
afeminado. Eres hielo dentro y dentro, feosa para los padres, que no alcanzan a
olfatear la magulladura todavía húmeda que te hicieron sobre la razón y no
cumplen su deber genético para merodear tu cabeza como tiuques tardecinos.
Avanza la noche con su coreografía patética y tú ahondas en el excremento de la
conciencia en desesperada búsqueda de la lucidez que extraviaste, ese bello
equilibrio que te conducía al castillo de la vergüenza. Pero ya sabes que tu
organismo esta deteriorado, que un gusano de seda se te metió por la oreja y
elabora sus tristezas sobre la neurología retrasada de tu nacimiento. Yo sé que
me equivoco, pero estás tan sola, tan sola, tan sola.
Discurso II
Una en mí maté
yo no la amaba
Gabriela Mistral
yo no la amaba
Gabriela Mistral
(...)