Llevo años recorriendo aceras sucias, vagos momentos de lucidez y pequeñas postales mentales de días nublados, secos, como frutos secos y humo de alquitrán, pequeños espacios abiertos en el cielo, jugosos y emotivos recuerdos que siempre juegan en contra, que siempre patean las costillas del sentimiento y nos dejan tirados en una poza de palabras sin sentido, formas que serán quemadas, enterradas, olvidadas, cazadas por un ave de rapiña o devoradas por el silencio del gusano, por la baba insomne del caracol de la noche que contornea todas las angustias del universo, esa nada sin faroles ni fogatas, esa nada que borramos cada día, con nuestros poemas, con nuestras imágenes de labio rojo, con las manos abiertas como una hoja nueva, en un jardín lleno de flores hijas, tranquilas, serenas, con rocío cósmico en las piedras mejillas de sus abismos espectaculares, infinitos como la llamarada del apocalipsis.
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