Si hay algo que nos recuerda cada invierno de qué estamos hechos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, son los naufragios, que como perplejos espectadores, vemos aparecer a lo largo de nuestra costa central.
Debo reconocer a titulo personal que si hay algo que me vuelca de cabezas al lugar de antaño y a la ilusión del presente son los naufragios, me fascinan... estos acontecimientos producen en mí espasmos lisérgicos de visiones y memorias olvidadas, hacen que caiga de rodillas y me rinda frente al viento y el océano señalándome la fragilidad cotidiana en la cual estamos insertos.
Cada habitante de este puerto es en sí un náufrago, de sus ilusiones, de sus sueños rotos y logrados, de sus derrotas y victorias, de sus vivos y muertos. Este puerto nos toma de las manos y nos lleva a ver sus barcos varados para ver si logramos aprender algo de la perdida y la razón, nos muestra que esos gigantes de fierro por muy estables que se vean a lo lejos, igual sucumben ante la fuerza tiránica de los temporales porteños.
De repente aparecen en Errázuriz esos buques estáticos como témpanos silenciosos y cual imagen surrealista las gentes que transitan por las veredas parecieran no ver que hay un barco frente a sus narices. Cierran los ojos e intentan fijar la vista hacia otro lado, hacia la luminosidad del atardecer quizás, porque saben que en el fondo ese buque varado los representa, es una fiel copia de sus intenciones proyectadas dentro de su misterioso transito hacia lo que no se sabe pero se intuye como vida después de la tierra.
En la otra vereda estamos aquellos habitantes que de pequeños nos hemos sorprendido con naves estrellándose en nuestra playas, en nuestras rokhas. Recuerdo bajando de Placeres para visitar un buque que encalló en la antigua playa de Barón. Caído hacia un costado, parecía inmensa el área de conchas y especímenes marinos que fijaban su estadía desde la popa hasta la proa. Y así después de la visita a la playa uno volvía a la casa, a dormir para soñar con veloces barcos estrellandose en las playas y caletas de Valparaíso.
Ya en los noventa tenemos el mítico naufragio de la nave Río Rapel, pieza de museo que deleitó a los habitantes por largos meses varado en la antigua estación giratoria de Barón. Y qué decir del más reciente choque de aquel gran buque en Caleta Portales, en plena madrugada, como un estruendo que sacudió a las gentes en las camas, como un profundo estallido en la arena para después aparecer como un velero metálico durmiente dentro del muelle de Portales.
En el presente, quizás la particularidad del naufragio del Cerro Alegre, aparte del nombre, fue su capacidad de tenderse perfectamente en las rokhas del paseo de la bandeja central. Si pasan de noche podrán apreciar todas sus luces encendidas, lo cual da para pensar que podríamos dejar el buque ahí para siempre, como una especie de castillo para ser visitado, y realizar eventos nocturnos en sus salones y cabinas, lecturas poéticas, recitales folk, entre otros voladores de luces.
Propongo entonces una gran asamblea ciudadana para entregar a las autoridades un petitorio en donde quede expresamente indicado la no remoción de la nave Cerro Alegre, esto para el futuro aprendizaje y deleite de las generaciones venideras de porteños...que levanten los remos los que estén conmigo.
Por Felipe Ugalde