14 de abril de 2010

La iglesia católica chilena*

“Mucho cuidado en los corredores”, me dijo Ruiz-Tagle que le había dicho el Padre Rodríguez. Esto es ridículo. ¿Por qué previene a algunos y a otros no? ¿Y qué peligro puede haber en los corredores del Seminario? Cierto es que cuando salimos de la pieza del Padre Rodríguez, uno por uno o en grupo, no se ve gota en los corredores del segundo piso, y el Seminario Viejo es tan destartalado que no sería raro que se quebrara una de las tablas que crujen. Sería espantoso caer y caer interminablemente en un hueco de escalera rota. Capaz que uno terminara en el altar de alguna capilla o en la cama monumental de algún monseñor jubilado de los que tal vez alojan con puerta al jardín interior; les dan esas piezas, quizás, porque de puro viejos no podrían subir las escaleras; y seguro que se llevan en cama día y noche, con el rosario amarrado a las manos y el Diario Ilustrado de hace veinte años abierto encima de la colcha pero sin leerlo porque son casi todos ciegos estos curas misteriosos que arrastran los pies cuando tienen ánimo de caminar. Pero ninguno de ellos está en condiciones de caminar en la oscuridad; y en el Seminario las ampolletas son pocas y cuando hay alguna encendida, por enorme que sea, da apenas una luz más ciega que las tinieblas. En los corredores, como sea, no hay ninguna ampolleta, ni grande ni chica ni amarilla ni apagada. Hay oscuridad completa y olor a humedad, olor a gato, quiero decir a meado de gato. Si no hubiera ese olor a gato dominaría el olor a ratón que se insinúa por las ranuras inferiores de ciertas puertas. Uno adivina que viven otros curas en esas piezas con tufo a ratón, pero uno no los ve jamás. El único sacerdote que he visto en el segundo piso del Seminario es el propio Padre Rodríguez. La única gente viva que se pasea por ahí desde que tengo memoria de nuestras venidas a las reuniones de acción católica donde el Padre Rodríguez, somos nosotros mismos que venimos las tardes de los jueves, a las seis. En invierno a las seis ya está oscuro.

Hace años, las reuniones eran de veras de acción católica. Desde hace tres o cuatro son otra cosa. Algo dice el cura Rodríguez de que hay que cuidar la pureza y cosas así, y cita una frase de una epístola; pero la mayor parte del tiempo, todo el tiempo, nos llevamos leseando entre nosotros y, a veces, con él. Confieso que no me gusta mucho el Padre Rodríguez, y yo le caigo bastante mal. Como las revistas Life y otras con fotografías (hay revistas en inglés donde la propaganda de cigarros tiene retratos o dibujos de mujeres en trajebaños – se les ve todo, y hasta un pequeño montículo tan agradable de mirar, que se llama, recordemos las clases de biología, Monte de Venus), ya las hemos visto varias veces y este jueves el cura Rodríguez no ha renovado su provisión de mujeres en trajebaños mojados dentro de revistas en colores inglesas en papel brillante, terminamos peleando a empujones con Jorge Concha. Le di un buen empujón y fue girando como trompo a dar con la cabeza en el filo del escritorio de madera pesada del Padre Rodríguez y se paró medio mareado Jorge Concha; yo, que estaba con rabia porque él me atacó a traición, me puse a mirar el cuadro horrible en blanco y negro con el milagro de Moisés pasando por el Mar Rojo; es un grabado pero el marco es ancho y con volutas como si en vez de litografía se tratara de una pintura; oí a la perfección que el cura le decía a Concha (creo que le dijo fuerte para que yo lo escuchara): “Pégale ahora, no te dejes empujar así, aprovecha”. Me di media vuelta y lo miré con vergüenza, vergüenza por él, y Concha no se atrevió a hacerme nada porque cuando estoy con rabia estoy con rabia.

¿Qué significa esto de tener mucho cuidado en los corredores del Seminario?

Ruiz-Tagle me contesta: “Es que hay curas que llaman a los niños a sus piezas y les hablan de Jesucristo y después no los dejan salir. El año pasado hubo un escándalo”.

Pero no puedo entender por qué el cura Rodríguez les ha dicho esto a algunos no más y a otros – es mi caso – no.



*Texto de Armando Uribe, extraído del libro “Caballeros de Chile”, año 1974.-






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