Desde lo alto de los ranchos,
la miseria viene cayendo,
-lluvia de piojos, lluvia y llanto-;
y los últimos esqueletos,
-enormes banderas de andrajos-,
van tiritando, invierno adentro,
en la soledad de los campos;
la policía está sobre ellos,
haciendo restallar el látigo
y el puñal de "los caballeros";
son los esclavos, el rebaño
de los patrones, son los siervos,
los tremendos siervos chilenos,
maneados y encadenados
por el capital extranjero,
sus "patriotas" y sus "sicarios";
carne de cárcel -barro y hierro-,
flor de presidio, en los barrancos
espantosos del cementerio;
salarios de hambre, los salarios,
pienso de bestias, en receso,
y el horror nacional, cavando
la pena inmensa del pellejo;
arrasó el capataz borracho
a la última virgen, cubriendo
de baba los dieciséis años,
y se abrió el hospital del pueblo;
por las mañanas, canta "el malo",
entre el coligüe de los techos,
y encima de un montón de espanto
hay una inmensa flor pariendo;
dos leones acuchillados,
cierran la hacienda; (a ochenta perros
les siguen catorce lacayos,
un sacristán y cien llaveros);
¡y hay peromotos proletarios,
detrás de los muros siniestros!;
bajo el grito de los güairaos,
a la orilla de los esteros,
o a la orilla de los pantanos,
a la sombra de los canelos,
a la ribera de los álamos,
a la sombra de los gomeros
o entre mediagüas de rezago,
obscuros, malditos, hambrientos,
murallones ya destrozados
de una gran fábrica de muertos,
van los campesinos errando
encima del país chileno,
entre viñedos y sembrados,
entre caballos y corderos,
parias de dios, el dios marrano
de los ricos y del gobierno:
porque ya murieron los huasos,
restan los perros de los perros,
-"patroncitos" y "paniagudos"-;
a las guitarras sucedieron
aullidos de mamarrachos,
a la cueca, la bala, el féretro
de puntapiés de los mulatos,
la galleta hedionda, el tremendo
y acerbo puñal del Estado,
el curita, el carabinero,
el hambre, siempre el hambre, el trago,
el trago amargo del veneno
y humillación del flagelado;
lejos los pueblos, en lo lejos;
entre quebradas y barrancos,
la miseria viene cayendo,
-lluvia de piojos, lluvia y llanto-;
y los últimos esqueletos,
-enormes banderas de andrajos-,
van tiritando, invierno adentro,
en la soledad de los campos;
la policía está sobre ellos,
haciendo restallar el látigo
y el puñal de "los caballeros";
son los esclavos, el rebaño
de los patrones, son los siervos,
los tremendos siervos chilenos,
maneados y encadenados
por el capital extranjero,
sus "patriotas" y sus "sicarios";
carne de cárcel -barro y hierro-,
flor de presidio, en los barrancos
espantosos del cementerio;
salarios de hambre, los salarios,
pienso de bestias, en receso,
y el horror nacional, cavando
la pena inmensa del pellejo;
arrasó el capataz borracho
a la última virgen, cubriendo
de baba los dieciséis años,
y se abrió el hospital del pueblo;
por las mañanas, canta "el malo",
entre el coligüe de los techos,
y encima de un montón de espanto
hay una inmensa flor pariendo;
dos leones acuchillados,
cierran la hacienda; (a ochenta perros
les siguen catorce lacayos,
un sacristán y cien llaveros);
¡y hay peromotos proletarios,
detrás de los muros siniestros!;
bajo el grito de los güairaos,
a la orilla de los esteros,
o a la orilla de los pantanos,
a la sombra de los canelos,
a la ribera de los álamos,
a la sombra de los gomeros
o entre mediagüas de rezago,
obscuros, malditos, hambrientos,
murallones ya destrozados
de una gran fábrica de muertos,
van los campesinos errando
encima del país chileno,
entre viñedos y sembrados,
entre caballos y corderos,
parias de dios, el dios marrano
de los ricos y del gobierno:
porque ya murieron los huasos,
restan los perros de los perros,
-"patroncitos" y "paniagudos"-;
a las guitarras sucedieron
aullidos de mamarrachos,
a la cueca, la bala, el féretro
de puntapiés de los mulatos,
la galleta hedionda, el tremendo
y acerbo puñal del Estado,
el curita, el carabinero,
el hambre, siempre el hambre, el trago,
el trago amargo del veneno
y humillación del flagelado;
lejos los pueblos, en lo lejos;
entre quebradas y barrancos,