Me piden ustedes, que son jóvenes poetas, una opinión sobre el soneto, lo cual me extraña, porque yo creía esa fórmula retórica absolutamente liquidada y sin vigencia alguna.
Hablar del soneto, discutir sobre el soneto, es algo que para mí no tiene ninguna importancia y ningún interés.
No me preocupa el soneto porque preocupó a mis abuelos. Seguir teniendo los mismos problemas de los abuelos me parece algo muy triste y síntoma demasiado grave.
Hay muchos hombres que son abuelos de sus abuelos. Otros querrían ser nietos de sus nietos. Las dos posiciones son falsas. Yo prefiero la segunda. Pero la verdadera es ser hombre de su tiempo vuelto hacia el porvenir, mirando hacia delante y trabajando en el presente para el futuro. Es necesario conocer las experiencias del ayer, no para repetirlas, sino para la seguridad en la marcha hacia nuevos horizontes. Los hombres vueltos hacia el pasado pueden ser historiadores, pero no serán poetas. Poema, poesía, del griego poiem, significa crear, creación, no repetición.
Los que miran demasiado hacia atrás corren el riesgo de convertirse en estatuas de sal; ellos van a llenar la tierra de esas bellas estatuas, las cuales pueden tener cierta atracción, y desde luego es seguro que las irán a lamer todas las vacas del mundo.
¡Qué difícil es para los hombres despegarse del pasado! ¡Cómo les atrae el tiempo ido y acabado! La neblina del ayer parece menos peligrosa que las neblinas del mañana. El hombre es un poltrón y son tan pocos los valientes. En verdad, los audaces producen cierta desconfianza y, aún, antipatía.
¿Por qué no discutimos sobre la actualidad de las golillas o sobre las crinolinas de las señoras, esas campanas que repican llamando a los fieles a cada movimiento de los dos badajos de sus pies seguramente delicados, ágiles, etc.?
¿Qué diríamos si viéramos a una dama con crinolina subiendo a un avión? “Esa señora está loca, se equivocó de tiempo o quiere hacerse la exótica”. Y el avión se vendría abajo creyendo que iba tirado por una pareja de caballos.
El absurdo del anacronismo visto en caricatura cuando se trata del vestir, debería verse igual cuando se trata del fenómeno artístico y poético. ¿Para qué hacer un soneto? Góngora, Quevedo, Lope los hicieron, y muy hermosos, cuando había que hacerlos. Como los hizo Shakespeare, Ronsard y tantos otros. Los grandes maestros fueron grandes creadores, ellos respondieron a su época. Lo esencial de la tradición es hacer como ellos: crear y no imitar. Sentir cada cual las razones profundas de su tiempo, los modos propios de su presente, y dejar testimonio vivo y en potencia actuante para los creadores del futuro.
Hablar del soneto, discutir sobre el soneto, es algo que para mí no tiene ninguna importancia y ningún interés.
No me preocupa el soneto porque preocupó a mis abuelos. Seguir teniendo los mismos problemas de los abuelos me parece algo muy triste y síntoma demasiado grave.
Hay muchos hombres que son abuelos de sus abuelos. Otros querrían ser nietos de sus nietos. Las dos posiciones son falsas. Yo prefiero la segunda. Pero la verdadera es ser hombre de su tiempo vuelto hacia el porvenir, mirando hacia delante y trabajando en el presente para el futuro. Es necesario conocer las experiencias del ayer, no para repetirlas, sino para la seguridad en la marcha hacia nuevos horizontes. Los hombres vueltos hacia el pasado pueden ser historiadores, pero no serán poetas. Poema, poesía, del griego poiem, significa crear, creación, no repetición.
Los que miran demasiado hacia atrás corren el riesgo de convertirse en estatuas de sal; ellos van a llenar la tierra de esas bellas estatuas, las cuales pueden tener cierta atracción, y desde luego es seguro que las irán a lamer todas las vacas del mundo.
¡Qué difícil es para los hombres despegarse del pasado! ¡Cómo les atrae el tiempo ido y acabado! La neblina del ayer parece menos peligrosa que las neblinas del mañana. El hombre es un poltrón y son tan pocos los valientes. En verdad, los audaces producen cierta desconfianza y, aún, antipatía.
¿Por qué no discutimos sobre la actualidad de las golillas o sobre las crinolinas de las señoras, esas campanas que repican llamando a los fieles a cada movimiento de los dos badajos de sus pies seguramente delicados, ágiles, etc.?
¿Qué diríamos si viéramos a una dama con crinolina subiendo a un avión? “Esa señora está loca, se equivocó de tiempo o quiere hacerse la exótica”. Y el avión se vendría abajo creyendo que iba tirado por una pareja de caballos.
El absurdo del anacronismo visto en caricatura cuando se trata del vestir, debería verse igual cuando se trata del fenómeno artístico y poético. ¿Para qué hacer un soneto? Góngora, Quevedo, Lope los hicieron, y muy hermosos, cuando había que hacerlos. Como los hizo Shakespeare, Ronsard y tantos otros. Los grandes maestros fueron grandes creadores, ellos respondieron a su época. Lo esencial de la tradición es hacer como ellos: crear y no imitar. Sentir cada cual las razones profundas de su tiempo, los modos propios de su presente, y dejar testimonio vivo y en potencia actuante para los creadores del futuro.
*Artículo de Vicente Huidobro publicado en la revista “Amargo”, de Santiago de Chile, en 1947, poco antes de la muerte del poeta en Cartagena, el 2 de enero del ’48.