Por Aldo Pellegrini
Publicado en Poesía = Poesía Nº 9 Agosto de 1961, Buenos Aires
Publicado en Poesía = Poesía Nº 9 Agosto de 1961, Buenos Aires
La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los
imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada
con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que
hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de
los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La
característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de
poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene
todos.
Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la
suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la
coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve
en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un
mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder.
Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de
autoridad: el dinero en primer término, y toda la estructura del Estado, desde
el poder de los gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro
poder de los burócratas, desde el poder de la iglesia hasta el poder del
periodismo, desde el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes.
Toda esa suma de poder está organizada contra la poesía.
Como la poesía significa libertad, significa afirmación del
hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene
cierto prestigio ante los imbéciles. En ese mundo falsificado y artificial que
ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados,
bibelots, joyería, y algo así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la
palabra y la imagen se convierten en elementos decorativos, y de ese modo se
destruye su poder de incandescencia. Así se crea la llamada "poesía
oficial", poesía de lentejuelas, poesía que suena a hueco.
La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su
ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las
multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se
manifiesta en quienes ejercen el poder.
Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados
en el poder que se puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo
humano, a la que sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo
vacío de sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo
de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la
palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la
creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad
misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella
misma.
La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se
defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tiene el
hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa
puerta y por ella penetran en la realidad.
La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.