La primera vez que escuché del sacerdote Miguel Woodward fue
de boca de mi abuelo, que recordaba una conversación sostenida con el cura en
el cerro Placeres. “Conversamos en la calle Hamburgo de la Villa Berlín.
Discutimos de política un rato pero su posición me pareció infantil, en el
sentido de ser muy inocente y poco realista con los peligros de ese momento.
Llegó a perturbarme”.
Claro, la sapiencia indicaba que la mentada lucha de clases debía
desatarse en algún momento y la ganaría el más preparado. De ahí la inocencia:
el pueblo no tenía armas. “Estaba demasiado optimista, confiado en las masas
como en la mano de dios”, recuerdo que dijo mi abuelo antes de beber un sorbo
de vino. Casi de reojo, mi tía profesora fue al estante y me pasó un libro:
“Sangre sobre la Esmeralda. La vida de Miguel Woodward”, escrito por el
benedictino inglés Edward Crouzer. Nunca lo había visto. Esa noche lo hojeé por
primera vez, mientras bebíamos y hablábamos de los vecinos afectados por el
Golpe. Me lo terminé llevando para la casa.
Ahora estoy frente al memorial de Woodward en el Cementerio de
Playa Ancha. Su cuerpo nunca fue encontrado. Se presume que está en una de las
fosas comunes que hay bajo tierra. Según la justicia, su asesinato ocurrido en
el buque escuela Esmeralda no tuvo culpables ni pruebas. Quedó entonces el
memorial como testimonio: “Aquí en una fosa común, yacen cuerpos abrazados.
Otros cuerpos, solos, yacen en tierras cercanas y en el mar. Un nombre les
representa: Miguel Woodward Yriberry, 1932-1973″.
La vida del cura de Placeres fue apasionante y hasta hoy los
vecinos lo recuerdan por su mirada diferente del cristianismo. Nació en
Valparaíso, fue ingeniero en Inglaterra y se hizo sacerdote en Chile, donde se
quedó trabajando con los pobres. Crítico de la inmovilidad de la Iglesia ante
la cuestión social, rompió con el obispado y según Edward Crouzer, al momento
del Golpe preparaba su matrimonio.