18 de abril de 2011

Los indios chavantes


Si bien se evoca siempre a estos indios como a un pueblo de guerreros sin compromiso, por las muchas matanzas que ejecutaron en los últimos tiempos, se recuerda, sin embargo, una época en la historia en que esta raza firmó un juramento de eterna fidelidad a la reina de Portugal y de alianza con los blancos.

Cuando los conquistadores portugueses empezaron a internarse en las selvas del Brasil para buscar oro, piedras preciosas y especialmente para esclavizar indios, se encontraron con la tribu de los chavantes, que en aquel entonces habitaba la orilla del río Araguaia, y que se resistió con suma violencia a la esclavización por los bandeirantes. Mantuvieron muchos sangrientos combates, que distanciaron cada vez más a indios y conquistadores. Los salvajes se volvieron progresivamente más desconfiados y más feroces, y las poblaciones de la región sufrieron las consecuencias de la lucha.

En la segunda mitad del siglo XVIII, siendo Tristán de Cunha gobernador de Goiaz, se propuso pacificar a los chavantes y con este fin envió tropas al mando de oficiales versados en el trato con los indígenas. Pero toda diplomacia era inútil. Los chavantes siguieron hostilizando a las tropas, sin preocuparse de las intenciones de éstas. Finalmente el alférez Miguel de Arruda Sá consiguió apresar a un guerrero junto con varias mujeres y criaturas. Dejó libres a éstas, y llevó al hombre a la capital de Goiaz, donde le dieron un excelente trato, colmándolo de agasajos. Seis meses después lo hicieron volver a su aldea, y él prometió convencer a sus congéneres de las buenas intenciones de los blancos.

Entonces empezaron a acercarse pequeños grupos de salvajes, con toda precaución, y todos fueron colmados de presentes de toda especie. Finalmente, aquellos accedieron a la invitación de trasladarse en masa a la capital de Goiaz, como huéspedes de los blancos.

En dos grandes grupos iban acercándose los chavantes, formando un total de 3 mil almas. A la vista de hecho, el gobernador previó la imposibilidad de recibir a semejante multitud. Entonces hizo demorar la marcha, mientras acababan de construir toda una ciudad, especialmente destinada a los indios, a la cual denominaron Pedro III. Se inauguró esta ciudad solemnemente en el año 1788, en presencia de los chavantes y de grande y calificada representación de las autoridades portuguesas. Los chavantes firmaron allí un juramento de "paz perpetua" y alianza con los blancos. Con este acto parecía haber terminado la época de luchas sangrientas entre los terribles chavantes y los invasores de sus territorios.

Vivieron así felices unos años, hasta que eliminaron todos los animales salvajes de los alrededores, los peces de los ríos y las frutas silvestres, y se dieron cuenta de que para subsistir necesitarían trabajar la tierra y criar ganado tal cual lo hacen los blancos. Evidentemente, estaban desilusionados, pues no era esto lo que esperaban cuando los llenaban de regalos y los invitaban a vivir entre los blancos como "huéspedes" de éstos.

No sé - y otros tampoco lo saben - si fue precisamente ésta la causa de lo que aconteció luego. Las crónicas anotan, solamente, que un buen día se levantó toda la aldea y abandonó el paraíso creado especialmente para sus nuevos habitantes, encaminándose hacia el Norte. Cuando los chavantes llegaron a cierta altura, bastante alejada de su antigua morada, una parte de la tribu determinó cruzar el río Araguaia, mientras que la otra decidió quedar en la orilla derecha. De aquí viene la división de la tribu en cherentes, que hoy en día habitan los alrededores del río Tocantins y son en parte salvajes y en parte mansos, y los chavantes, que cruzaron el Araguaia y se establecieron entre este río y el Xingú.

Deben de haberse quedado muy resentidos con el trato que les dieron los blancos, pues desde esa fecha hasta hoy han rechazado sistemáticamente todos los intentos de los civilizados y también de otras tribus indias, de ponerse en contacto con ellos, observando una política de aislamiento hermético y considerando como enemigo mortal a cualquier persona que no sea chavante. También rechazan sistemáticamente - salvo pocos casos - el uso de objetos usados por los blancos.

No se sabe a ciencia cierta, pero es probable que exista entre ellos un juramento según el cual se mantendrían alejados de la "maldición" de los civilizados. Y quizás no sea del todo infundada esa cautela. Es sabido que los indios no resisten a la enfermedades que la convivencia con los blancos les trae. La gripe, la tuberculosis y la sífilis son plagas que la civilización siembra entre los hijos de la selva; combate sus constumbres ancestrales y les impone su religión y su lengua; los somete a trabajos desagradables y a ganarse el pan de todos los días con el sudor de su frente. En una palabra, anula la vida de los indios y los convierte en parias dentro de otra nación. Tal vez no lo sientan tan claramente los chavantes, pero tienen un instinto de conservación quizás más fuerte que los demás indios.


Extraído del libro "Por tierras de indios" de Tibor Sekelj, 4ta. edición en "Libros Centenario" de editorial Peuser, 1967, Buenos Aires, Argentina.-