31 de julio de 2006

Parte alta de la avenida Francia


Valparaíso, abril de 2005

28 de julio de 2006

Discurso del pintor Roberto Matta


Esta historia es tan redonda
como redonda es la tierra
y por eso para verla
redondo ha de ser el ojo.

Ahoranza es ver el centro
desde el centro de la esfera
un ver que es ver de una vez
un alboroto en la vista.

Ver a los destacagados
que quieren Arauco muerto
para sembrar sacristanes
descargando avemarías.

Que Alonso ensille su Zúñiga
y alborote el verbo ser
para que redondamente
se sepa lo que hoy ocurre:
se proponen liquidar
lo que arauque en nuestra América
con pinocharcos de sangre
servidores del imperio.

Estos los destacagados
programados, programadores de agravios
que con balidos de pólvora
tumban y tumban sin tumba.

Para salir del agravio
de que no seamos hoy día
se requiere agricultura
de una real demo-gracia.

El estado del humano
en el sepultado estado
en que está cualquier Estado
está en deplorable estado.

Reorganimar la amistad
es la cuestión más urgente
y una sola religión
no sirve para este asunto:
sacar la luz de la tierra
y de toda conflicción
de raspares y rascares
bajo la lucha de clases.

Que salga el sol en el ser
que nos dejen ser humanos
que el sujeto humano está
muy sujeto a ser humano.
Hay que sacarse la mierda
volver a la inteligencia
iluminar nuestro verbo
reoxigenar la vida.
Mañana es hoy día mismo
y estamos muy atrasados.

Hay que alegrar esta tierra
construir nuevas justicias.
El cuezco de este problema
es que estamos todos solos.
¡Abrir el verbo sin miedo
y atención al infrarojo!

Y esto es todo lo que digo
que les digo que se diga
señoritas, señoronas y señores:
muchas gracias.

* Discurso sobre los derechos humanos del pintor Roberto Matta, pronunciado en el foro sobre la cultura chilena que tuvo lugar en Torum (Polonia) en mayo de 1979 y en el que participaron connotados intelectuales.

27 de julio de 2006

Ruge la ciudad... una vez más


Ruge la ciudad.
El fuego se esconde
se multiplica / espera
crece en la periferia
levanta la señal
arde en su impaciencia
mientras la ciudad ruge
desvaría / se diseca
en la plenitud de una medianoche
perdida en marzo.

Nacen camaradas en la clandestinidad.
Se encuentran compañeros en la huida
y en el ataque
hermanos
de sentimiento aborigen / terrícola
respetando el azul
y la tierra que se abre.

Un pájaro escapa
y el gas ataca.
Hombres responden
y mujeres combaten.
Hermanos y hermanas respiran
se tocan se besan
y el humo de babilonia
no puede con ellos.

Ni con su amarga rebeldía
ni con sus botellas encendidas.

Ellos son de la periferia.

Han nacido, para siempre.

25 de julio de 2006

Poemas de Karen Devia



El diapasón del tiempo

Tantas venas
tantas pulsaciones
tantas nauseas
tantos pasos
y tantas
tantas
tantas
sombras esquizoides

He de borrar
las huellas del minutero
el diapasón del tiempo
está en bemol

Y llovió

Sospecha el cuervo
de su potencial presa
tanto como las ideas
sospechan de la buena suerte
una vez deformadas las alas

Un par de notas caen sobre el arpegio
corre la presa sobre la arcilla
frente a mil caras
con mil risas
mil ojos
mil cejas
mil dientes
y una que otra nausea

Le dijeron que ese día
llovería
y llovió

Los espejos

Allá en lo alto
divisamos los espejos
tratando de atrapar nuestro reflejo

A la vuelta
un par de sombras
nos indican el camino
y sorteamos el viento
que golpea nuestros ojos

El opresor
cae
por
su
propio
peso

Mejor ver media sombra
o medio reflejo
para quién no conoce la locura
no ha sido mago centinela
ni alas
ni eslabón

Tenías hermano
la visión sellada a fuego
los espejos
eran
sólo
una cuestión de fe

Las fronteras del delirio

No decimos lo que vemos por temor
la sangre reclama lirios
aún nos queda un poco de vergüenza
y la ropa de cama huele a musgo

Hay una diferencia ahora
en los espejos y el pulso

Nosotras
ya no somos las mismas

Las palabras

He olvidado algunas palabras
hemos tenido la lengua anestesiada

Morir a fuerza de imprevisto
morir de olvido de lagunas
morir incrustada en un lamento
morir espesa de una lágrima

Mejor no hacer dibujos en las ventanas humedecidas
todo es un espejismo

Cazar el viento en una olla de cobre
peinar las distancias
hacer una ronda a la hora oscura
la ennegrecida

Y por las noches
tejer un lamento despacito
para que nadie vaya a sospechar
ser sólo una palabra
no sacar las páginas del armario
mejor acumular las ideas lejos de la gente

Posible - Mente

No hay defensa
atrás el concreto
el delirio

No hemos sabido defendernos
de los pasos de otros
no hemos pavimentado el surco

Atrás no hay nada

No hay contención posible
después
del delirio

***

* KAREN DEVIA (1975, Viña del Mar)
De profesión cantante, de oficio poeta. Su transito transcurre entre la exploración poético-musical de “Afeitando la Comadreja”, el jazz y la poesía, además de la gestación, realización y puesta en marcha de diversas actividades poéticas. Durante los años 2002 y 2003 se desempeña como cronista del suplemento femenino del desaparecido diario El Expreso de Viña del Mar. El 2003 publica “Despojos”, a través del sello de Ediciones la Cáfila de Valparaíso. El 2005 recibe una Mención Honrosa en el XXVII Concurso de Arte y Poesía joven de la Universidad de Valparaíso. Sus trabajos han sido publicados en diversas revistas y sitios web. Actualmente prepara la publicación del poemario “Desidia”.

17 de julio de 2006

Gojome


raynauh

14 de julio de 2006

Más poemas del “Canto General”, de Pablo Neruda

LAS INUNDACIONES

Los pobres viven abajo esperando que el río
se levante en la noche y se los lleve al mar.
He visto pequeñas cunas que flotaban, destrozos
de viviendas, sillas, y una cólera augusta
de lívidas aguas en que se confunden el cielo y el terror.
Sólo es para ti, pobre, para tu esposa y tu sembrado,
para tu perro y tus herramientas, para que aprendas a mendigo.
El agua no sube hasta las casas de los caballeros
cuyos nevados cuellos vuelan desde las lavanderías.
Come este fango arrollador y estas ruinas que nadan
con tus muertos vagando dulcemente hacia el mar,
entre las pobres mesas y los perdidos árboles
que van de tumbo en tumbo mostrando sus raíces.

JUAN FIGUEROA
(Casa del Yodo “María Elena”, Antofagasta)

Usted es Neruda? Pase, camarada.
Sí, de la Casa del Yodo, ya no quedan
otros viviendo. Yo me aguanto.
Sé que ya no estoy vivo, que me espera
la tierra de la pampa. Son cuatro horas
al día, en la Casa del Yodo.
Viene por unos tubos, sale como una masa,
como una goma cárdena. La entramos
de batea en batea, la envolvemos
como criatura. Mientras tanto,
el ácido nos roe, nos socava,
entrando por los ojos y la boca,
por la piel, por las uñas.
De la Casa del Yodo no se sale
cantando, compañero. Y si pedimos
que nos den otros pesos de salario
para los hijos que no tienen zapatos,
dicen: “Moscú los manda”, camarada,
y declaran estado de sitio, y nos rodean
como si fuéramos bestias y nos golpean,
y así son, camarada, estos hijos de puta!
Aquí me tiene usted, ya soy el último:
dónde está Sánchez?, donde está Rodríguez?
Podridos bajo el polvo de Polvillo.
Al fin la muerte les dio lo que pedíamos:
sus rostros tienen máscaras de yodo.

EL MAESTRO HUERTA
(De la mina “La Despreciada”, de Antofagasta)

Cuando vaya usted al Norte, señor,
vaya a la mina “La Despreciada”,
y pregunte por el maestro Huerta.
Desde lejos no verá nada,
sino los grises arenales.
Luego, verá las estructuras,
el andarivel, los desmontes.
Las fatigas, los sufrimientos
no se ven, están bajo tierra
moviéndose, rompiendo seres,
o bien descansan, extendidos,
transformándose, silenciosos.
Era “picano” el maestro Huerta.
Medía 1.95 m.
Los picanos son los que rompen
el terreno hacia el desnivel,
cuando la veta se rebaja.
500 metros abajo,
con el agua hasta la cintura,
el picano pica que pica.
No sale del infierno sino
cada cuarenta y ocho horas,
hasta que las perforadoras
en la roca, en la oscuridad,
en el barro, dejan la pulpa
por donde camina la mina.
El maestro Huerta, gran picano,
parecía que llenaba el pique
con sus espaldas. Entraba
cantando como un capitán.
Salía agrietado, amarillo,
corcovado, reseco, y sus ojos
miraban como los de un muerto.
Después se arrastró por la mina.
Ya no pudo bajar al pique.
El antimonio le comió las tripas.
Enflaqueció, que daba miedo,
pero no podía andar.
Las piernas las tenía picadas
como por puntas, y como era
tan alto, parecía
como un fantasma hambriento
pidiendo sin pedir, usted sabe.
No tenía treinta años cumplidos.
Pregunto dónde está enterrado.
Nadie se lo podrá decir,
porque la arena y el viento derriban
y entierran las cruces, más tarde.
Es arriba, en “La Despreciada”,
donde trabajó el maestro Huerta.

AMADOR CEA
(De Coronel, Chile, 1949)

Como habían detenido a mi padre
y pasó el Presidente que elegimos
y dijo que todos éramos libres, yo pedí que a mi viejo lo soltaran.
Me llevaron y me pegaron todo un día.
No conozco a nadie en el cuartel. No sé, no puedo
ni recordar sus caras. Era la policía.
Cuando perdía el conocimiento, me tiraban
agua en el cuerpo y me seguían pegando.
En la tarde, antes de salir, me llevaron
arrastrando a una sala de baño,
me empujaron la cabeza adentro de una taza
de W.C. llena de excrementos. Me ahogaba.
“Ahora, sal a pedir libertad al Presidente,
que te manda este regalo”, me decían.
Me siento apaleado, esta costilla me la rompieron.
Pero por dentro estoy como antes, camarada.
A nosotros no nos rompen sino matándonos.

LA MUERTE

He renacido muchas veces, desde el fondo
de estrellas derrotadas, reconstruyendo el hilo
de las eternidades que poblé con mis manos,
y ahora voy a morir, sin nada más, con tierra
sobre mi cuerpo, destinado a ser tierra.

No compré una parcela del cielo que vendían
los sacerdotes, ni acepté tinieblas
que el metafísico manufacturaba
para despreocupados poderosos.

Quiero estar en la muerte con los pobres
que no tuvieron tiempo de estudiarla,
mientras los apaleaban los que tienen
el cielo dividido y arreglado.

Tengo lista mi muerte, como un traje
que me espera, del color que amo,
de la extensión que busqué inútilmente,
de la profundidad que necesito.

Cuando el amor gastó su materia evidente
y la lucha desgrana sus martillos
en otras manos de agregada fuerza,
viene a borrar la muerte las señales
que fueron construyendo tus fronteras.

TESTAMENTO 1

Dejo a los sindicatos
del cobre, del carbón y del salitre
mi casa junto al mar de Isla Negra.
Quiero que allí reposen los maltratados hijos
de mi patria, saqueada por hachas y traidores,
desbaratada en su sagrada sangre,
consumida en volcánicos harapos.

Quiero que al limpio amor que recorriera
mi dominio, descansen los cansados,
se sienten a mi mesa los oscuros,
duerman sobre mi cama los heridos.

Hermano, ésta es mi casa, entra en el mundo
de flor marina y piedra constelada
que levanté luchando en mi pobreza.

Aquí nació el sonido en mi ventana
como una creciente caracola
y luego estableció sus latitudes
en mi desordenada geología.

Tu vienes de abrasados corredores,
de túneles mordidos por el odio,
por el salto sulfúrico del viento:
aquí tienes la paz que te destino,
agua y espacio de mi oceanía.

VOY A VIVIR
(1949)

Yo no voy a morirme. Salgo ahora
en este día lleno de volcanes
hacia la multitud, hacia la vida.
Aquí dejo arregladas estas cosas
hoy que los pistoleros se pasean
con la “cultura occidental” en brazos,
con las manos que matan en España
y las horcas que oscilan en Atenas
y la deshonra que gobierna a Chile
y paro de contar.
Aquí me quedo
con palabras y pueblos y caminos
que me esperan de nuevo, y que golpean
con manos consteladas en mi puerta.

13 de julio de 2006

El poeta trabaja con la muerte *

En los diez últimos años de su vida Pablo Neruda escribió una veintena de libros de poesía, la mitad de ellos estando ya enfermo. Ocho fueron publicados como obra póstuma. Prueban que su fuerza creadora lo acompañó hasta el momento de la partida. La frescura y diversidad son evidentes en “El mar y las campanas”, “La rosa separada”, “Jardín de invierno”, “Defectos escogidos”, “El libro de las preguntas”, “Elegía”, “2000”, “El corazón amarillo”.

El 12 de julio de 1973, día de su 69 cumpleaños, junto a su lecho en Isla Negra, fuimos testigos de la entrega que hizo a su editor de los ocho libros inéditos. Cuando éste le preguntó si eran para publicación inmediata, respondió: “No. Quiero que aparezcan para mi 70 cumpleaños”. Confiaba estar vivo para recibirlos en ese entonces.

Característica suya es la intensidad de su vida y de su obra. Respondió a cuanta solicitación fuerte le vino del cuerpo y del espíritu. Escuchó todos los llamados cardinales de su tiempo, del ámbito natural y político. Se entregó sin reservas al goce y descubrimiento del universo físico. Asumió con ardor su deber ciudadano. Ejerció a plenitud su condición irrenunciable de residente en la tierra. Miembro activo del siglo XX, propuso mejorar la suerte del pueblo. Invitó al hombre olvidado a acompañarlo. “Sube a nacer conmigo, hermano”.

En clave contemporánea, se compara su poesía con las de Hesíodo, Lucrecio, Walt Whitman, Victor Hugo. Es muy difícil encontrar otro inventario poético tan rico del reino humano, vegetal, animal, mineral. Algunos hablan, por su reconcentrada dedicación a la suerte del hombre, de una antropología nerudiana. Quiso ser portavoz de anhelos ancestrales insatisfechos. Habló por la humanidad marginada. Y de algún modo sigue haciéndolo.

Impresiona la magnitud y multiplicidad de su temática. No hay poeta que confiera la dignidad de la poesía a tantos asuntos diferentes, grandiosos algunos, pequeños otros, incluso considerados prosaicos.

UN LLAMAMIENTO AL MAGNICIDIO

Solía cometer profanaciones a la “poesía pura”. En los últimos días de 1972 o en los iniciales de 1973, asistimos a una lectura poética para tres personas en Isla Negra. Pablo Neruda leyó íntegramente, con mucho énfasis, una obra recién salida del horno. Sus auditores eran el Presidente de Chile, Salvador Allende, Luis Corvalán, y el autor de estas líneas. En ella invitaba a un magnicidio. Por el otro lado hacía la apología de su causa. El título era una bomba: “Incitación al Nixonicidio y Alabanza de la Revolución Chilena”.

“Esta – dice – es una incitación a un acto nunca visto: un libro destinado a que los poetas antiguos y modernos, extinguidos o presentes, pongamos frente al paredón de la Historia a un frío y delirante genocida”.

El poeta tiene conciencia de que no está escribiendo poesía exquisita, una obra de arte fina. Lo reconoce con todas sus letras. “No tiene – aclara – la preocupación ni la ambición de la delicadeza expresiva, ni el hermetismo nupcial de algunos de mis libros metafísicos”. Argumenta que el poeta de vez en cuando debe “hacer de palanquero, de rababán, de alarife, de labrador, de gásfiter o de simple cachafaz de regimiento, capaz de trenzarse a puñete limpio o de echar fuego hasta por las orejas”.

Se declara bardo de utilidad pública y lanzará su proclama “ofensiva y dura, como piedra araucana (…) Ahora, firmes, que voy a disparar!”. De algún modo vaticina el “impeachment”, que por primera vez en la historia de los Estados Unidos destituye a un Presidente. Richard Nixon no sólo es culpable del “Watergate”. Tiene muchas otras cuentas perndientes. Para citar sólo dos: Vietnam, y aquel golpe del 11 de septiembre, que estremeció al mundo y aceleró la muerte de Allende y Neruda.

ANTE EL CAMBIO DE SIGLO Y DE MILENIO

El 12 de julio de 1973, día del último cumpleaños de Pablo Neruda, junto a otros amigos, fuimos a saludarlo a Isla Negra. Desde el lecho hacía planes con vistas al futuro. En aquel mediodía fuimos testigos de la escena aludida en que entrega al editor varios libros inéditos, entre ellos “2000”, “Elegía”, “El corazón amarillo”.

2000 es un libro pensativo, premonitor.

Allí pidió a los niños del porvenir piedad para sus padres y sus abuelos, porque los años que a ellos les tocó vivir fueron de “pústulas y guerras / años desfallecientes cuando tembló la esperanza / (…) se murió la verdad”.

Sin embargo nunca perdió la fe en la naturaleza, en la especie humana. “Alabada sea – dijo – la vieja tierra color excremento / sus cavidades, sus ovarios sacrosantos”. Celebró a “los hombres / la maldita progenie que hace la luz del mundo”.

Le consta que hay miles de millones de discriminados. Hablará por ellos. Los personificará. “Soy el pobre diablo del pobre Tercer Mundo, el pasajero de tercera instalado, Jesús!”.

El doble cambio de folio no le inspira confianza.

“Proclamo – exclama – lo superfluo de la inauguración:/ (…) la miseria esperando siempre de par en par, / la movilización de la gente hacinada / y la geografía numerosa del hambre”.

El poeta no es Nostradamus, pero en general predijo entre otras cosas algo muy parecido a la guerra de Yugoslavia, del Golfo y tal vez a la de Irak: “Ahora este siglo – anunció en ‘2000’ – debe asesinar / con otras máquinas de guerra, vamos / a inaugurar la muerte de otro modo / movilizar la sangre en otras naves”.

Con todo espera que a la humanidad llegue la paz, ya que ella es “el agua, la verdad, la vida”.

ADIOSES

En “Elegía” no olvida a Jorge Manrique. No evoca aquí a su padre, sino a amigos que lo precedieron en el viaje largo. Antes había practicado incisiones en los maderos del techo del bar de Isla Negra, anotando los nombres de sus queridos difuntos. Lo estimaba un lugar adecuado para brindar por ellos. Simplemente se le adelantaron en la despedida. En cierto modo lo esperan en alguna parte del recuerdo. En “Elegía” se evidencia que la experiencia de morir se le aproxima.

Es una meditación entrelazada sobre la amistad y la muerte. Uno a uno va retratando. Dice “adiós Alberto, al escultor toledano”. Revive el “gran día dorado” que fue la existencia del poeta turco Nazim Hikmet.

Alguna vez Neruda me entregó los originales del libro para que yo le echara una mirada. Su nombre era “Elegía de Moscú”. Pues la mayoría de los responsos estaban dedicados a las amistades que frecuentaba en las proximidades del Kremlin y la catedral San Basilio, que le encantaba por sus torres bizantinas y su estructura de juguetería. Saca el pañuelo de los adioses y lo agita por Ehrenburg, por su traductor al ruso Savich, por su cómplice en locuras, Sioma Kirsanov, en esa ciudad del zar Iván y del que llama “Stalin el terrible”. Dice su admiración y congoja a dos poetas esenciales que simbolizaron dos épocas: Pushkin y Mayakovski. Para él entrañan “advertencias de ceniza”.

EL ALUMNO DE GALILEO

Si el duelo es el eje de “Elegía”, “El corazón amarillo” enciende todos los semáforos verdes para que la fantasía haga locuras proclamando el derecho de la poesía a las diabluras del absurdo.

Vía libre a la alegría de la fabulación sin autocensura, al reino de lo gratuito, a “hacer agujeros en el aire”. Reconoce el derecho a la “loca de la casa” a tocar todas las campanas anunciando el advenimiento de la razón de la sinrazón.

Cuando periodistas demasiado curiosos quieren que les cuente cómo es aquello de la muerte, el discípulo de Galileo aclara: “Sin embargo yo me muevo”.

El poeta multiuso y todo terreno sigue moviéndose por el mundo, conquistando lectores, ayudando a los enamorados. Declara los posibilidad de todos los imposibles.


*Prólogo escrito por Volodia Teitelboim para los poemarios “Incitación al Nixonicidio y Alabanza de la Revolución Chilena”, “2000”, “El corazón amarillo” y”Elegía”, publicados en la edición “Pablo Neruda de bolsillo” de editorial Sudamericana del año 2004, en la que se incluyó también “Geografía infructuosa”, con prólogo de Oscar Hahn.

3 de julio de 2006

Una página en la vida de Pablo Neruda


La carta de los cubanos*

“Hacía tiempo que los escritores peruanos, entre los que siempre conté con muchos amigos, presionaban para que se me diera en su país una condecoración oficial. Confieso que las condecoraciones me han parecido siempre un tanto ridículas. Las pocas que tenía me las colgaron al pecho sin ningún amor, por funciones desempeñadas, por permanencias consulares, es decir, por obligación y rutina. Pasé una vez por Lima y Ciro Alegría, el gran novelista de “Los perros hambrientos”, que era entonces presidente de los escritores peruanos, insistió para que se me condecorase en su patria. Mi poema “Alturas de Macchu Picchu” había pasado a ser parte de la vida peruana; tal vez logré expresar en esos versos algunos sentimientos que yacían dormidos como las piedras de la gran construcción. Además, el presidente peruano de ese tiempo, el arquitecto Belaúnde, era mi amigo y mi lector. Aunque la revolución que después lo expulsó del país con violencia dio al Perú un gobierno inesperadamente abierto a los nuevos caminos de la historia, sigo creyendo que el arquitecto Belaúnde fue un hombre de intachable honestidad, empeñado en tareas algo quiméricas que al final lo apartaron de la realidad terrible, lo separaron de su pueblo que tan profundamente amaba.

Acepté ser condecorado, esta vez no por mis servicios consulares sino por uno de mis poemas. Además, y no es esto lo más pequeño, entre los pueblos de Chile y Perú hay aún heridas sin cerrar. No sólo los deportistas y los diplomáticos y los estadistas deben empeñarse en restañar esa sangre del pasado, sino también y con mayor razón los poetas, cuyas almas tienen menos fronteras que las de los demás.

Por esa misma época hice un viaje a los Estados Unidos. Se trataba de un congreso del Pen Club mundial. Entre los invitados estaban mis amigos Arthur Millar, los argentinos Ernesto Sábato y Victoria Ocampo, el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, el novelista mexicano Carlos Fuentes. También concurrieron escritores de casi todos los países socialistas de Europa.

Se me notificó a mi llegada que los escritores cubanos habían sido igualmente invitados. En el Pen Club estaban sorprendidos porque no había llegado Carpentier y me pidieron que yo tratara de aclarar el asunto. Me dirigí al representante de Prensa Latina en Nueva York, quien me ofreció transmitir un recado para Carpentier.

La respuesta, a través de Prensa Latina, fue que Carpentier no podía venir porque la invitación había llegado demasiado tarde y las visas norteamericanas no habían estado listas. Alguien mentía en esa ocasión: las visas estaban concedidas hacía tres meses y hacía también tres meses que los cubanos conocían la invitación y la habían aceptado. Se comprende que hubo un acuerdo superior de ausencia a última hora.

Yo cumplí mis tareas de siempre. Di mi primer recital de poesía en Nueva York, con un lleno tan grande que debieron de poner pantallas de televisión fuera del teatro para que vieran y oyeran algunos miles que no pudieron entrar. Me conmovió el eco que mis poemas, violentamente antiimperialistas, despertaban en esa multitud norteamericana. Comprendí muchas cosas allí, y en Washington, y en California, cuando los estudiantes y la gente común manifestaban su aprobación a mis palabras condenatorias del imperialismo. Comprobé a quema ropa que los enemigos norteamericanos de nuestros pueblos eran igualmente enemigos del pueblo norteamericano.

Me hicieron algunas entrevistas. La revista “Life en español”, dirigida por latinoamericanos advenedizos, tergiversó y mutiló mis opiniones. No rectificaron cuando se lo pedí. Pero no era nada grave. Lo que suprimieron fue un párrafo donde yo condenaba lo de Vietnam y otro acerca de un líder negro asesinado por esos días. Sólo años más tarde la periodista que redactó la entrevista dio testimonio de que había sido censurada.

Supe durante mi visita – y eso hace honor a mis compañeros los escritores norteamericanos -, que ellos ejercieron una presión irreductible para que se me concediera la visa de entrada a los Estados Unidos. Me parece que llegaron a amenazar al Departamento de Estado con un acuerdo reprobatorio del Pen Club, si continuaba rechazando mi permiso de entrada. En una reunión pública, en la que recibió una distinción la personalidad más respetada de la poesía norteamericana, la anciana poetisa Marianne Moore que murió muchos meses después, ella tomó la palabra para regocijarse de que se hubiera logrado mi ingreso legal al país por medio de la unidad de los poetas. Me contaron que sus palabras, vibrantes y conmovedoras, fueron objeto de una gran ovación.

Lo cierto y lo inaudito es que después de esa gira signada por mi actividad política y poética más combativa, gran parte de la cual fue empleada en defensa y apoyo de la revolución cubana, recibí, apenas regresado a Chile, la célebre y maligna carta de los escritores cubanos encaminada a acusarme poco menos que de sumisión y traición. Ya no me acuerdo de los términos empleados por mis fiscales. Pero puedo decir que se erigían en profesores de las revoluciones, en dómines de las normas que deben regir a los escritores de izquierda. Con arrogancia, insolencia y halago, pretendían enmendar mi actividad poética, social y revolucionaria. Mi condecoración por Macchu Picchu y mi asistencia al congreso del Pen Club; mis declaraciones y recitales; mis palabras y actos contrarios al sistema norteamericano, expresados en la boca del lobo; todo era puesto en duda, falsificado o calumniado por los susodichos escritores, muchos de ellos recién llegados al campo revolucionario, y muchos de ellos remunerados justa o injustamente por el nuevo estado cubano.

Este costal de injurias fue engrosado por firmas y más firmas que se pidieron con sospechosa espontaneidad desde las tribunas de las sociedades de escritores y artistas. Comisionados corrían de aquí para allá en La Habana, en busca de firmas de gremios enteros de músicos, bailarines y artistas plásticos. Se llamaba para que firmaran a los numerosos artistas y escritores transeúntes que habían sido generosamente invitados a Cuba y que llenaban los hoteles de mayor rumbo. Algunos de los escritores cuyos nombres aparecieron estampados al pie del injusto documento, me han hecho llegar posteriormente noticias subrepticias: “Nunca lo firmé; me enteré del contenido después de ver mi firma que nunca puse”. Un amigo de Juan Marinello me ha sugerido que así pasó con él, aunque nunca he podido comprobarlo. Lo he comprobado con otros.

El asunto era un ovillo, una bola de nieve o de malversaciones ideológicas que era preciso hacer correr a toda costa. Se instalaron agencias especiales en Madrid, París y otras capitales, consagradas a despachar en masa ejemplares de la carta mentirosa. Por miles salieron esas cartas, especialmente desde Madrid, en remesas de veinte o treinta ejemplares para cada destinatario. Resultaba siniestramente divertido recibir esos sobres tapizados con retratos de Franco como sellos postales, en cuyo interior se acusaba a Pablo Neruda de contrarrevolucionario.

No me toca a mí indagar los motivos de aquel arrebato: la falsedad política, las debilidades ideológicas, los resentimientos y envidias literarias, qué sé yo cuántas cosas determinaron esta batalla de tantos contra uno. Me contaron después que los entusiastas redactores, promotores y cazadores de firmas para la famosa carta, fueron los escritores Roberto Fernández Retamar, Edmundo Desnoes y Lisandro Otero. A Desnoes y a Otero no recuerdo haberlos leído nunca ni conocido personalmente. A Retamar sí. En La Habana y en París me persiguió asiduamente con su adulación. Me decía que había publicado incesantes prólogos y artículos laudatorios sobre mi obras. La verdad es que nunca lo consideré un valor, sino uno más entre los arribistas políticos y literarios de nuestra época.

Tal vez se imaginaron que podían dañarme o destruirme como militante revolucionario. Pero cuando llegué a la calle Teatinos de Santiago de Chile, a tratar por primera vez el asunto ante el comité central del partido, ya tenían su opinión, al menos en el aspecto político. – Se trata del primer ataque contra nuestro partido chileno -, dijeron.

Se vivían serios conflictos en aquel tiempo. Los comunistas venezolanos, los mexicanos y otros, disputaban ideológicamente con los cubanos. Más tarde, en trágicas circunstancias pero silenciosamente, se diferenciaron también los bolivianos.

El partido comunista de Chile decidió concederme en un acto público la medalla Recabarren, recién creada entonces y destinada a sus mejores militantes. Era una sobria respuesta. El partido comunista chileno sobrellevó con inteligencia aquel período de divergencias, persistió en su propósito de de analizar internamente nuestros desacuerdos. Con el tiempo toda sombra de pugna se ha eliminado y existe entre los dos partidos comunistas más importantes de América Latina un entendimiento claro y una relación fraternal.

En cuanto a mí, no he dejado de ser el mismo que escribió “Canción de gesta”. Es un libro que me sigue gustando. A través de él no puedo olvidar que yo fui el primer poeta que dedicó un libro entero a enaltecer la revolución cubana.

Comprendo, naturalmente, que las revoluciones y especialmente sus hombres caigan de cuando en cuando en el error y en la injusticia. Las leyes nunca escritas de la humanidad envuelven por igual a revolucionarios y contrarrevolucionarios. Nadie puede escapar de las equivocaciones. Un punto ciego, un pequeño punto ciego dentro de un proceso, no tiene gran importancia en el contexto de una causa grande. He seguido cantando, amando y respetando la revolución cubana, a su pueblo, a sus nobles protagonistas.

Pero cada uno tiene su debilidad. Yo tengo muchas. Por ejemplo, no me gusta desprenderme del orgullo que siento por mi inflexible actitud de combatiente revolucionario. Tal vez será por eso, o por otra rendija de mi pequeñez, que me he negado hasta ahora, y me seguiré negando, a dar la mano a ninguno de los que consciente o inconscientemente firmaron aquella carta que me sigue pareciendo una infamia”.

*Extraído del libro “Confieso que he vivido”.