18 de marzo de 2016

Irene Morales 630


Los escombros
se amontonan
en la poza del alma.
Las piedras
y los musgos
amoratan los días.
Se destruye algo
 
-siempre-
entre tanta maleza.
Un roedor husmea
y una serpiente lo acecha:
anochece y ya
no queda nadie.
La ciudad establece
su paralelo:
casas viejas
almas antiguas
cadáveres aún vivos
observando su paso
por el mundo del espejo.

Al borde de la cornisa.