Es esta el alma suave que esperaba,
esta es el alma de hoy, sin movimiento,
como si estuviera hecha de luna
sin aire, quieta en su bondad terrible.
Cuando caiga una piedra
como un puño
del cielo de la noche
en esta copa la recibiré:
en la luz rebosante
recibiré la oscuridad viajera,
la incertidumbre celeste.
No robaré sino este movimiento
de la hierba del cielo,
de la noche fértil:
sólo un golpe de fuego,
una caída.
Líbrame, tierra oscura, de mis llaves:
si pude abrir y refrenar
y volver a cerrar el cielo duro,
doy testimonio de que no fui nada,
de que no fui nadie,
de que no fui.
Solo esperé la estrella,
el dardo de la luna,
el rayo de piedra celeste,
esperé inmóvil en la sociedad
de la hierba que crece en primavera,
de la leche en la ubre,
de la miel perezosa y peregrina:
esperé la esperanza,
y aquí estoy
convicto
de haber pactado con la tempestad,
de haber aceptado la ira,
de haber abierto el alma,
de haber oído entrar al asesino,
mientras yo conversaba con la noche.
Ahí viene otro, dijo ladrando el perro.
Y yo con mis ojos de frío,
con el luto plateado
que me dio el firmamento,
no vi el puñal ni el perro,
no escuché los ladridos.
Y aquí estoy cuando nacen las semillas
y se abren como labios:
todo es fresco y profundo.
Estoy muerto,
estoy asesinado:
estoy naciendo
con la primavera.
Aquí tengo una hoja,
una oreja, un susurro,
un pensamiento:
voy a vivir otra vez,
me duelen las raíces,
el pelo,
me sonríe la boca:
me levanto
porque ha salido el sol.
Porque ha salido el sol.
*Poema de Pablo Neruda publicado en el libro "Las manos del día", año 1968.
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