31 de enero de 2017

30 de enero de 2017

La tibia república



Yace en el grano más pequeño
de la última cosecha.

En la tenue seña
de la tierra germinando.

En el ínfimo alarido
del agua esparciéndose.

24 de enero de 2017

Virus


Primero la espalda que pesa,
después los huesos doliendo
en cada paso, en cada gesto,
y la máquina gastada del tiempo
que recuerda los primeros días,
de la mano de la madre, bellos
los dos, frente al puerto, libres,
jóvenes, azules como el cielo.

20 de enero de 2017

Nocturno #18


La mañana es el amarillo
que brotaría de tus ojos
si fueras una flor; en realidad
eres flor, ya flor en el jardín humano,
bella y fecunda como dos planetas
creciendo testiculares en el esqueleto
de un niño fusilado por militares;
de ahí el amarillo que sublima y no deprime,
de ahí la resistencia de lo añejo, del papel
que carga encima todos los poemas,
todos los alegatos y rencores,
el resentimiento como amanecer:
la poesía como trago amargo.

9 de enero de 2017

Portahue

Yo los sentí venir,
estaba en la tierra,
fueron un rugido deforme
asesinando el sueño
de nuestros bebés,
despertándolos
a plena madrugada
con la tos mugrienta
de la historia oficial,
jineteada por uniformes
degenerados e infelices,
príncipes de la cobardía.

Yo los sentí venir.
Éramos semillas, cauces,
el manto rojo y limpio
que la cordillera extendía
por todos sus tambos,
ahí donde las piedras
susurran aún los pasos
de los primeros conquistadores.

A esos también los sentí venir.

Estaba en la tierra.

4 de enero de 2017

Frankfurt 68

Sigue haciendo, lo que estás haciendo sigue haciendo y repite el panorama de tu canción subliminal tarareada metro abajo, metro abajo como si fuera posible superar el letargo de las nuevas tecnologías trabándonos, rodeándonos de espejos virtuales donde nos vemos y reconocemos y lloramos cuando un paisaje se entierra para siempre, como actores de un drama simultáneo de pésames y sucedáneos.

Lo que quiero decir es simplemente un solo de bajo que armonice con tu oreja, enterrada hoy como ese pedazo de mundo que necesitamos germinar, gozar, rodear; arder siempre, bien dicho, arder siempre y permanentemente estallar y ser una tormenta que nos requiera en paciencia y granizo, con los pies rotos de tanto caminar, presentándonos a la puerta de la conciencia, esa puerta mediana, café y ancha que se abre al medio hacia una vieja sala fuertemente iluminada con la ausencia furtiva de los vegetales que las manos de ella, te acuerdas de ella, dejaron de regar una tarde mordida por el perro del tiempo.

Un suave toqueteo en la amanecida fue la señal, una mirada de reojo hacia la ventana de la memoria, sabiendo que todos alguna vez miraremos desde allá hacia acá; la quebrada recordaba días felices, en el aire todo era inmortal, hasta tú, que te quedaste mirándonos para siempre desde el marco de la foto, con la belleza de tu inocencia incrustada como un certero planeta en la mitad de la tribu, desacostumbrada a los días.

Una vieja micro volvió a pasar por fuera de la casa; hoy todo yace ensombrecido, la micro no se reconoció en la ventana y nosotros no llegamos a la hora; los pájaros picotearon todas las frutas del suelo y el humo de un incendio se quedó para siempre atravesado en la garganta, recordándonos el pesar del recuerdo y el imbécil chirrido de los neumáticos, inútiles como esta pena que no progresa y se queda sentada tercamente en el borde del momento, mirando al bosque.


A la memoria de Jaime Sebastián Moreno Morales