Una noche de agosto de 1936, en la casa de Granada, Federico
García Lorca, poeta y antifascista, tuvo un sueño. Soñó que se encontraba en el
escenario de un pequeño teatro itinerante y que, acompañándose al piano,
cantaba canciones de gitanos. Estaba vestido de frac, pero en la cabeza traía
un mazantini de flecos largos. El público era de ancianas enlutadas, con una
mantilla en la espalda, que lo oían extasiadas. Una voz, desde la sala, le
pidió una canción, y Federico García Lorca se puso a tocarla . Era una canción
que hablaba de duelos y de naranjos, de pasión y de muerte.
Al terminar de
cantar, Federico García Lorca se puso de pie y saludó al público. Bajó el telón
y sólo entonces se dio cuenta que detrás del piano no había bastidores, sino
que el teatro estaba en medio de un campo desierto. Era de noche y había luna.
Federico García Lorca se asomó por las cortinas del telón y vio que el teatro
se había vaciado como por arte de magia, la sala estaba completamente sola y
las luces se iban apagando. En ese instante escuchó un ladrido y a sus espaldas
apareció un perrito negro que parecía esperarle. Federico García Lorca creyó
que debía seguirlo y dio un paso. El perro, como a una señal convenida, comenzó
a corretear poco a poco para indicar el camino. ¿A dónde me llevas perrito
negro?, dijo Federico García Lorca. El perro ladró lastimosamente y Federico
García Lorca sintió un escalofrío. Volteó la vista y miró hacia atrás y vio que
las paredes de tela y madera de su teatro habían desaparecido. Quedaba una platea
vacía bajo la luna mientras el piano, como acariciado por invisibles dedos
seguía tocando él solo una vieja melodía. Un muro cortaba el campo; un largo e
inútil muro blanco detrás del cual se veía otro campo. El perro se detuvo y
ladró nuevamente y Federico García Lorca también se detuvo.
En ese momento, de
la parte de atrás del muro surgieron repentinamente los soldados que dando
risas le rodearon. Iban de negro y con tricornios. En una mano traían un fusil
y en la otra una botella de vino. El jefe de ellos era un enano monstruoso con
la cabeza llena de excrecencias.
- Eres un traidor - dijo el enano -, y nosotros tus
verdugos.
Federico García Lorca le escupió en la cara mientras los
soldados le detenían. El enano se rio obscenamente y gritó a los soldados que
le bajaran los pantalones.
- Eres una hembra - dijo - y las hembras no usan pantalones,
deben quedarse encerradas en la casa y cubrirse la cabeza con un velo. A una
señal del enano, los soldados le ataron, le bajaron los pantalones y le taparon
la cabeza con una manta.
- Asquerosa mujer que vistes de hombre - dijo el enano -,
llegó la hora en que le reces a la Santa Virgen.
Federico García Lorca
le escupió en la cara y el enano siguió riendo. Después desenfudó la pistola y
le metió el cañón a la boca. Por el campo se oía la melodía de un piano. El
perro ladró. Federico García Lorca sintió un golpe y se enderezó en la cama. Llamaban
a la puerta de su casa en Granada con las culatas de los fusiles.