26 de octubre de 2014

Sedimentos*


Eres la sinfonía
(lejana)
de algún poeta anónimo
que sin darse cuenta
se inspiró en ti.
Entonces,
tú bailas ahí,
en un cuaderno
que es el limbo,
entre lo que se recuerda
y lo que a propósito
no se quiere recordar;
algo así como una estatua
sobreviviente de un incendio;
una figura,
que en la oscuridad no se ve,
pero se siente.




* Carolina Gómez Maray (Con-Cón)

8 de octubre de 2014

Intento # 14

Limpié mis manos
lo mejor posible
retoqué mis ojos
lubriqué mis labios
el pelo arreglé
como quien guarda un llanto
en el fondo de un pozo.
El tiempo infalible
acaricia mis sentimientos
con intenciones
que no alcanzo
a dimensionar.
Me dicen que estás
perdida en algún punto
de esta ciudad.
Me dicen que me buscas
pero no me puedes encontrar.
Me arreglo.
Me preparo.
El invierno se abre paso
entre mis dedos morados
enciendo un cigarrillo
deseando que su luz de ceniza
te diga dónde estoy
solo
esperándote.

2 de octubre de 2014

Sueño de Federico García Lorca, por Antonio Tabucchi

Una noche de agosto de 1936, en la casa de Granada, Federico García Lorca, poeta y antifascista, tuvo un sueño. Soñó que se encontraba en el escenario de un pequeño teatro itinerante y que, acompañándose al piano, cantaba canciones de gitanos. Estaba vestido de frac, pero en la cabeza traía un mazantini de flecos largos. El público era de ancianas enlutadas, con una mantilla en la espalda, que lo oían extasiadas. Una voz, desde la sala, le pidió una canción, y Federico García Lorca se puso a tocarla . Era una canción que hablaba de duelos y de naranjos, de pasión y de muerte.

Al terminar de cantar, Federico García Lorca se puso de pie y saludó al público. Bajó el telón y sólo entonces se dio cuenta que detrás del piano no había bastidores, sino que el teatro estaba en medio de un campo desierto. Era de noche y había luna. Federico García Lorca se asomó por las cortinas del telón y vio que el teatro se había vaciado como por arte de magia, la sala estaba completamente sola y las luces se iban apagando. En ese instante escuchó un ladrido y a sus espaldas apareció un perrito negro que parecía esperarle. Federico García Lorca creyó que debía seguirlo y dio un paso. El perro, como a una señal convenida, comenzó a corretear poco a poco para indicar el camino. ¿A dónde me llevas perrito negro?, dijo Federico García Lorca. El perro ladró lastimosamente y Federico García Lorca sintió un escalofrío. Volteó la vista y miró hacia atrás y vio que las paredes de tela y madera de su teatro habían desaparecido. Quedaba una platea vacía bajo la luna mientras el piano, como acariciado por invisibles dedos seguía tocando él solo una vieja melodía. Un muro cortaba el campo; un largo e inútil muro blanco detrás del cual se veía otro campo. El perro se detuvo y ladró nuevamente y Federico García Lorca también se detuvo.

En ese momento, de la parte de atrás del muro surgieron repentinamente los soldados que dando risas le rodearon. Iban de negro y con tricornios. En una mano traían un fusil y en la otra una botella de vino. El jefe de ellos era un enano monstruoso con la cabeza llena de excrecencias.

- Eres un traidor - dijo el enano -, y nosotros tus verdugos.

Federico García Lorca le escupió en la cara mientras los soldados le detenían. El enano se rio obscenamente y gritó a los soldados que le bajaran los pantalones.

- Eres una hembra - dijo - y las hembras no usan pantalones, deben quedarse encerradas en la casa y cubrirse la cabeza con un velo. A una señal del enano, los soldados le ataron, le bajaron los pantalones y le taparon la cabeza con una manta.

- Asquerosa mujer que vistes de hombre - dijo el enano -, llegó la hora en que le reces a la Santa Virgen.

Federico García Lorca le escupió en la cara y el enano siguió riendo. Después desenfudó la pistola y le metió el cañón a la boca. Por el campo se oía la melodía de un piano. El perro ladró. Federico García Lorca sintió un golpe y se enderezó en la cama. Llamaban a la puerta de su casa en Granada con las culatas de los fusiles.