Me desnudaba todas las noches, bebía
licores robados en
supermercados chinos,
deambulaba
espiando restaurantes de lujo
para retratar
estómagos en éxtasis,
con una cámara
digital japonesa.
Me comportaba como
un espía ciego:
cosas
horripilantes me venían a la cabeza.
No soportaba las
bocinas de los autos,
los pájaros me
causaban terror,
los ladridos de
los perros me hacían orinar.
Pero fingía ser feliz
Pero fingía ser feliz
y las tardes me
sorprendían como un querubín
ebrio de polen o
miel, llorando emocionado
por la puesta de
sol. O absolutamente romántico
escribía poemas
con un plumón en las estaciones
del tren. Entonces
creía en el poder de la palabra,
pero mi aspecto era
lamentable: no comía en días,
no me bañaba en
semanas, y mi ropa siempre
estaba húmeda, me
sudaban las manos y los pies,
me salieron hongos
en los zapatos, la cabeza
se me llenó de
piojos. Comencé a comerme las uñas.
Esto último generó
en mí un sentimiento de asco total,
hacia la vida y
hacia la muerte, pero fingía ser feliz
y en las calles
saludaba a todos los vecinos con un alegre
“buenos días”,
“buenas tardes”, “buenas noches”,
y cargaba bolsas
vacías para aparentar que comía,
que no sufría el
hambre, que no estaba humillado
caminando escaso
por las veredas, soportando
la provocación de
las vitrinas.
Lo que quiero
decir es que no pude escapar,
y me embarga una
sensación de impotencia,
una vaguedad
facunda;
Yo creí que escribir me hacía bien,
Yo creí que escribir me hacía bien,
pero un insecto se
mete en mi oreja
cada vez que
menciono algunas palabras,
provocando un
ataque de pánico casi
incontrolable en
mi persona.
Este triste
espectáculo lo he cometido
en innumerables lugares:
en la Fuente de Soda Españita
en innumerables lugares:
en la Fuente de Soda Españita
en el Internado de
Señoritas
de las Hermanas Marinas de Portugal
en medio de un desfile naval
de las Hermanas Marinas de Portugal
en medio de un desfile naval
en la pescadería
de San Benito;
los vecinos creen
que tengo epilepsia
e insisten en hacerme morder una toalla
e insisten en hacerme morder una toalla
cuando lo que
necesito es
¡sacar un insecto
de mi oreja!
Debía tener cuidado
con las palabras,
me mentalizaba y consumía un estricto
me mentalizaba y consumía un estricto
desayuno, procuraba
aparecer servicial
y ágil, proactivo,
integrado a la red social,
pero las ojeras
arruinaron cualquier truco;
a nadie engañé con mis sonrisas forzadas,
a nadie engañé con mis sonrisas forzadas,
me cayeron palomas
muertas en la cabeza,
me tropezaba con
las raíces de los árboles,
realicé absurdos
reclamos en la oficina de partes
del registro
civil; terminaba siempre durmiendo
en el banco de la
plaza en la Biblioteca Nacional,
reblandecido por
el frío.
Ahí me sobrevino esa crisis
Ahí me sobrevino esa crisis
que no se calmaba
con pastillas
¡Imagínense!
Sin pastillas
nadie llega muy
lejos
Yo no logro pasar frente a una estatua
Yo no logro pasar frente a una estatua
sin ponerme a
llorar
Creo que
La ciudad me deprime
Mas las hojas en
el pavimento me recuerdan que la tierra existe
Que el alarido
cósmico de los perros muertos / sigue aullando en las tinieblas de mi boca / esperándome
lárico e impasible / junto a la efigie de mi vida / que se esculpe día a día /
como los profundos túneles del invierno cuando Buenos Aires y sus heridas no
dejan de picar / y la muerte de los días es nuestra propia muerte diaria y
personal / y los pasillos de esta capitanía sin alturas semejan una selva de
espejos deformes / y no hay otro camino