28 de septiembre de 2012

Poemas de "Ático", de Úrsula Starke



Discurso I

Eres la niña de los nichos, cambias sangre de tu sangre, ensucias el lugar que tienes en la mesa, arrastras tu orina de la pieza al pasillo y lloriqueas bajito en la esquina grasienta de la cocina. Eres la vieja del cigarro chupado, la gallina hueca, la ruina familiar, la maldición del tatarabuelo, que obligó al cura santiguar el féretro materno con ortigas, porque los brujos habían corrompido su descendencia femenina de vírgenes locas, viudas secas, hijas enfermas. Escuchas el griterío de las arañas, no tocas la fragancia de los claveles, no caminas como cisne afeminado. Eres hielo dentro y dentro, feosa para los padres, que no alcanzan a olfatear la magulladura todavía húmeda que te hicieron sobre la razón y no cumplen su deber genético para merodear tu cabeza como tiuques tardecinos. Avanza la noche con su coreografía patética y tú ahondas en el excremento de la conciencia en desesperada búsqueda de la lucidez que extraviaste, ese bello equilibrio que te conducía al castillo de la vergüenza. Pero ya sabes que tu organismo esta deteriorado, que un gusano de seda se te metió por la oreja y elabora sus tristezas sobre la neurología retrasada de tu nacimiento. Yo sé que me equivoco, pero estás tan sola, tan sola, tan sola.


Discurso II

Una en mí maté
yo no la amaba

Gabriela Mistral

Tengo el sexo abrumado, me falta un brazo en la conciencia, la danza lúgubre de la demencia esconde su pelusa dentro de mi ojo, enfría la saliva hasta el témpano. No soy la fémina de meneo azucarado, tengo el llanto de hombre bajo los pelos, ando tenébrica y fea entre el gentío de bocas secas, me sobran metáforas cadavéricas cuando lavo mis dientes. No soy la hembra fecunda, mi útero quebradizo alberga el tejido mohoso de las arañas, me sale en medio de las piernas un tulipán de estiércol. Se me resbala el perfume de la oreja, los cabellos fermentan caramelo en mi cráneo, las uñas me germinan como alquitrán y no puedo hacer espejos. Y, cuando nací, todos coronaron mi nombre de rocío, me vistieron de princesita sempiterna, labraron en mi pecho las velas católicas de Jesucristo. Era una muñeca de porcelana rellena de rosas secas. Ellos, todos, todos ellos, pensaron que cruzaría el océano en su barquito de papel lustre para ser la dama de sus cuentos de hadas, pero yo nunca creí en sus cuentos de hadas, sabía desde el vientre que traía un pedazo podrido de alma en las venas, sabía que andaría mortecina por las acequias del barrio, que comería hongos azules en invierno y escribiría poemas turbios cuando nadie me viera. No fui la niña de seda, no soy la niña de seda y me duelen estos versos de tanto no ser mujer.

(...)