14 de enero de 2012

Buscando a Ciro Alegría (en Arequipa)


Me costó dar con el paradero de este escritor, amigo de Gabriela Mistral y autor de novelas llenas de personajes raros, místicos y comunes, indios cargados con la cruz del espanto en medio de naturalezas majestuosas y severas, con marcas de terremotos y volcanes y ríos invencibles rugiendo ante ellos.

Los temas de Ciro Alegría eran indigenistas, que duda cabe, un término que si revisamos hoy el mapa de nuestra América encontraremos siempre agazapado y en estado de alerta permanente. Sigue vigente y en permanente discusión. Indigenismo es política. En el Perú actual, hay varias comunidades que están siendo intervenidas por las transnacionales mineras, cuyo trabajo está empezando a quebrar los ecosistemas. La pelea ha sido dura y el triunfo de un candidato de centro izquierda en la Presidencia genera más dudas que certezas en las organizaciones indígenas y sociales peruanas.

Entre medio de esto, y mientras todos los negocios y edificios públicos hacían preparativos para las fiestas nacionales del 28 de julio, yo buscaba alguna novela de Ciro Alegría en la agringada Arequipa, la ciudad blanca con sus monasterios y su comercio, con su patrimonio de la humanidad igual que Valparaíso, y por eso las postales se me empezaron a repetir. En el circuito turístico que se ofrece no está el alma del pueblo, del país. Por eso Ciro Alegría y sus indios no aparecieron en las librerías de la calle San Francisco, una de las zonas más circuladas por los turistas europeos y yankis y llena de restaurantes, bares, tiendas de artesanía en serie y escuelas de educación superior. En ese momento me pareció sorprendente el hecho de que uno de los autores peruanos más traducidos en el mundo no existiese en el barrio “cultural” de Arequipa. No tardé en darme cuenta que tenía que buscar en otro lado.

Alguien vinculado a la literatura peruana me comentó que Arequipa era – socialmente – una ciudad “homogénea”, o al menos, más “homogénea” que Lima. Hasta ahora no entiendo cómo alguien se puede formar una visión homogénea de una ciudad latinoamericana, donde la desigualdad campea. Quizás tiene que ver con saber mirar, observar. En las noches de Arequipa, en los barrios de bares y restaurantes, en cada esquina había una chola vendiendo cigarrillos con su guagua durmiendo al hombro. A las 3 de la mañana. ¿Por qué? Al otro día, en el mercado, mucha gente pidiendo limosnas, especialmente a los turistas. ¿Actos homogéneos? En las murallas de los barrios aledaños al centro histórico, en tanto, día a día aparecían nuevas consignas por la unidad del pueblo, por la organización social, por el fin de la privatización del Perú. El contraste entre el país que quiere venderse y el Perú ancestral, eterno, andino, negro y mestizo, es evidente, y el descontento que crece en los barrios periféricos es claro síntoma de que algo viene. Pienso que Ciro Alegría y su literatura estarían hoy ahí, en esa formación, en esas poblaciones sin pavimentar que se esparcen por las montañas áridas de la ruta Arequipa-Yura, en esas asambleas contra la minera y su contaminación. Sus personajes serían quizás un cholo, un bandido enamorado, un indio viajero con mochila y bluejeans, o el pueblo entero con sus banderas.

Así, pensando en sus personajes, en los temas andinos de la tierra dura, casi de manera inconsciente me metí por los barrios no turísticos, no postales, y entre pollos y chicharrones, entre baratelas de ofertas chinas y choclo con queso, descubrí las amplias librerías familiares, con textos escolares, didácticos, novelas, revistas y la infaltable sección de autores peruanos, donde estaba acostado Ciro y sus soberbios relatos de “La Serpiente de Oro” y “Los perros hambrientos”. Ambos libros en una edición muy económica: 7 soles por los dos, algo así como 1.190 pesos chilenos.

Cuando salí de la librería con mi pequeño tesoro, pensé en el exilio de Ciro Alegría, que lo llevó incluso a vivir en Chile. Algo de ese karma quedó, me dije, pero de inmediato me re-cuestioné, ¿no estar en el mapa oficial es realmente un exilio? ¿Quisiera Ciro estar en los actos culturales del gobierno peruano hoy, cuando las mineras y sus mercenarios disparan contra los indígenas que se oponen a la destrucción de sus montañas? ¿Querría él aparecer en el catálogo de la oficina de turismo como su colega Vargas Llosa? Leyéndolo nuevamente, lo dudo mucho. Escritores como Ciro sentían el llamado épico de la historia porque ellos eran la historia, desde sus cuentos y personajes ellos hicieron la historia, nuestra historia, la que buscamos donde quiera que vamos porque habla de nosotros.

Por Absalón Opazo Moreno