27 de enero de 2012

La peor resaca del verano

Me costó reconstruir lo que fue esa noche. Partí saliendo a fumarme un pito con mi vecino al mirador de la quebrada. Recuerdo que hablamos de fútbol y de las mafias, que llegó el Loco Juan a pecharnos cigarros, y que después caminamos al bar de Manuel y nos encontramos con que había un apuñalado por una pelea, lo peor para una volada de paragua, porque tuvimos que quedarnos a ayudar al Manuel a quien le debíamos muchos favores, como habernos salvado con almuerzos toda una semana a mi y al Julio (mi vecino), fiarnos cerveza y cigarros, y dejarnos dormir en el bar, así que nos pusimos a vigilarle la barra mientras él y su suegra discutían con los pacos para que no le cerraran el boliche, pues la pelea había sido afuera, y sólo uno de los involucrados (el apuñalado) estaba tomando dentro del bar, así que no era culpa de él, decía el Manuel, pero los pacos estaban decididos a echar a la gente porque habían recibido muchos reclamos de los vecinos sobre la mala conducta y los delitos que rodeaban al bar, y la ley los facultaba para todo, entonces ahí yo me enojé y en la volá les grité a los pacos que todos los vecinos del bar estaban en el bar así que mejor no se agilara porque si entraban los íbamos a echar, con lo cual parece que la cagué pues el paco se engrifó más, dejó de hablar con Manuel y pidió refuerzos, cuento corto, en 20 minutos teníamos un escuadrón de pacos afuera agarrando de una al Manuel y su suegra, que cachando lo que venía, trataban de bajar las cortinas, ahí empezó un escándalo total pues los vecinos que estaban mirando y ayudando al apuñalado, y los parroquianos del bar, se fueron en contra de los pacos, armando una gresca monumental donde los pacos se vieron obligados a replegarse porque les cayó una lluvia de botellas y vasos, y entre medio de todo la ambulancia llegando y los paramédicos llevándose al apuñalado que estaba conciente pero con mucho dolor, porque se quejaba todo el rato, y se veía que tenía una herida mala en el abdomen, con mucha sangre perdida, era increíble la escena, pero no duró mucho porque en pocos minutos llegó otro escuadrón con el doble de pacos, y ahí nos dieron duro, terminamos todos presos en la comisaría, super golpeados y apretados como 10 en una celda insalubre, 5 horas parados hasta que nos soltaron, y después caminando 1 hora hasta la casa, destruidos, con sed y en lo personal, con mucha resaca de paragua.

Cuando llegamos a la pobla, ya de noche, el bar de Manuel había sido clausurado, afuera en la vereda un comisario de los pacos declaraba a la prensa que en el allanamiento habían encontrado cocaína, marihuana y pasta base, lo cual de inmediato me pareció una mentira, pues todos sabíamos que el Manuel no vendía, y tampoco dejaba fumar pitos adentro, ni nada, pero los pacos igual presentaban la cosa como un nuevo golpe al microtráfico, ahí yo me pregunté porqué las cosas tienen que ser así, porqué vivir en una población tiene que ser tan rancio, porqué tenemos que ser siempre culpables de algo, en eso me encuentro en la esquina con Julio que había alcanzado a escapar de la cagada y que al verme me invitó otro porro, para que le contara todo, así que nos fuimos al mirador tal como hace 7 horas, tranquilos, serenos, con ganas de relajarnos y olvidar, en el camino nos encontramos con Pelao y Death Metal que nos acompañaron con otro caño y que después de escuchar la historia, nos invitaron a un asadito donde el hermano de Pelao, en el cerro de al lado, donde nuevamente tuve que contar mi historia a todos los presentes, lo bueno fue que se armó una buena discusión sobre los pacos y su delincuencia de uniforme, que duró harto rato, después pusieron música y algunos empezaron a bailar, otros seguían discutiendo, yo opté por tomar, tomar mucho, mucha cerveza, mucho vino, cuento corto nuevamente, me emborraché, al nivel de no recordar los últimos momentos del asunto, sólo recuerdo la música muy fuerte, muchas risas, y una ronda de paraguas en el patio de atrás que ya fue lo último que me acuerdo coherentemente, de ahí para adelante sólo flashazos, y de nuevo la imagen de los pacos afuera, de mala manera, pasando un parte por ruidos molestos, alguien gritando algo, el dueño de casa borrachísimo insultando al oficial y yéndose preso, y otra vez un escándalo mayor con los pacos pegándole a la gente que 5 minutos antes sólo se divertía, como un karma que siempre llevaremos por vivir aquí pues era imposible que alguien llamara a los pacos por ruidos molestos, si estaban todos los vecinos en el asado. Ahí se me apagó la tele. Desperté en el cerro pelado, arriba de las últimas casas de la toma del Sol, junto a los restos de una fogata, solo, con un dolor terrible en la mandíbula y un moretón en el brazo, y con un perrito chico lamiéndome las mejillas y olfateando unas botellas de cerveza vacías que me recordaron de inmediato todo, todo lo vivido en esa noche del terror en que enfrenté el duro peso de la ley. Ahí empezó mi peor resaca del verano.

18 de enero de 2012

Plaza del Pueblo


"Bajo el sol las sombras, las estatuas, la prole.
Bajo el sol nosotros, y nuestras tumbas abiertas".


(...)

14 de enero de 2012

Buscando a Ciro Alegría (en Arequipa)


Me costó dar con el paradero de este escritor, amigo de Gabriela Mistral y autor de novelas llenas de personajes raros, místicos y comunes, indios cargados con la cruz del espanto en medio de naturalezas majestuosas y severas, con marcas de terremotos y volcanes y ríos invencibles rugiendo ante ellos.

Los temas de Ciro Alegría eran indigenistas, que duda cabe, un término que si revisamos hoy el mapa de nuestra América encontraremos siempre agazapado y en estado de alerta permanente. Sigue vigente y en permanente discusión. Indigenismo es política. En el Perú actual, hay varias comunidades que están siendo intervenidas por las transnacionales mineras, cuyo trabajo está empezando a quebrar los ecosistemas. La pelea ha sido dura y el triunfo de un candidato de centro izquierda en la Presidencia genera más dudas que certezas en las organizaciones indígenas y sociales peruanas.

Entre medio de esto, y mientras todos los negocios y edificios públicos hacían preparativos para las fiestas nacionales del 28 de julio, yo buscaba alguna novela de Ciro Alegría en la agringada Arequipa, la ciudad blanca con sus monasterios y su comercio, con su patrimonio de la humanidad igual que Valparaíso, y por eso las postales se me empezaron a repetir. En el circuito turístico que se ofrece no está el alma del pueblo, del país. Por eso Ciro Alegría y sus indios no aparecieron en las librerías de la calle San Francisco, una de las zonas más circuladas por los turistas europeos y yankis y llena de restaurantes, bares, tiendas de artesanía en serie y escuelas de educación superior. En ese momento me pareció sorprendente el hecho de que uno de los autores peruanos más traducidos en el mundo no existiese en el barrio “cultural” de Arequipa. No tardé en darme cuenta que tenía que buscar en otro lado.

Alguien vinculado a la literatura peruana me comentó que Arequipa era – socialmente – una ciudad “homogénea”, o al menos, más “homogénea” que Lima. Hasta ahora no entiendo cómo alguien se puede formar una visión homogénea de una ciudad latinoamericana, donde la desigualdad campea. Quizás tiene que ver con saber mirar, observar. En las noches de Arequipa, en los barrios de bares y restaurantes, en cada esquina había una chola vendiendo cigarrillos con su guagua durmiendo al hombro. A las 3 de la mañana. ¿Por qué? Al otro día, en el mercado, mucha gente pidiendo limosnas, especialmente a los turistas. ¿Actos homogéneos? En las murallas de los barrios aledaños al centro histórico, en tanto, día a día aparecían nuevas consignas por la unidad del pueblo, por la organización social, por el fin de la privatización del Perú. El contraste entre el país que quiere venderse y el Perú ancestral, eterno, andino, negro y mestizo, es evidente, y el descontento que crece en los barrios periféricos es claro síntoma de que algo viene. Pienso que Ciro Alegría y su literatura estarían hoy ahí, en esa formación, en esas poblaciones sin pavimentar que se esparcen por las montañas áridas de la ruta Arequipa-Yura, en esas asambleas contra la minera y su contaminación. Sus personajes serían quizás un cholo, un bandido enamorado, un indio viajero con mochila y bluejeans, o el pueblo entero con sus banderas.

Así, pensando en sus personajes, en los temas andinos de la tierra dura, casi de manera inconsciente me metí por los barrios no turísticos, no postales, y entre pollos y chicharrones, entre baratelas de ofertas chinas y choclo con queso, descubrí las amplias librerías familiares, con textos escolares, didácticos, novelas, revistas y la infaltable sección de autores peruanos, donde estaba acostado Ciro y sus soberbios relatos de “La Serpiente de Oro” y “Los perros hambrientos”. Ambos libros en una edición muy económica: 7 soles por los dos, algo así como 1.190 pesos chilenos.

Cuando salí de la librería con mi pequeño tesoro, pensé en el exilio de Ciro Alegría, que lo llevó incluso a vivir en Chile. Algo de ese karma quedó, me dije, pero de inmediato me re-cuestioné, ¿no estar en el mapa oficial es realmente un exilio? ¿Quisiera Ciro estar en los actos culturales del gobierno peruano hoy, cuando las mineras y sus mercenarios disparan contra los indígenas que se oponen a la destrucción de sus montañas? ¿Querría él aparecer en el catálogo de la oficina de turismo como su colega Vargas Llosa? Leyéndolo nuevamente, lo dudo mucho. Escritores como Ciro sentían el llamado épico de la historia porque ellos eran la historia, desde sus cuentos y personajes ellos hicieron la historia, nuestra historia, la que buscamos donde quiera que vamos porque habla de nosotros.

Por Absalón Opazo Moreno