20 de abril de 2011

Semana Santa

Todas las noches había rezo

Las velas encendidas en su amarillo silencio
Las sábanas manchadas de fantasma y cristo
Los ojos del crucificado en las buenas noches
Las rodillas del nazareno se me aparecían en pesadillas

Soñé un mundo sin cruces
Soñé una iglesia sin sangre
Soñé las rodillas de cristo
Reventadas por las piedras

En el nombre del padre
El hijo y el espíritu sacro
Las velas se apagan
La noche abre su fosa

El niño se estremece de terror

El cristo agoniza y no deja de mirarlo


(...)

18 de abril de 2011

Los indios chavantes


Si bien se evoca siempre a estos indios como a un pueblo de guerreros sin compromiso, por las muchas matanzas que ejecutaron en los últimos tiempos, se recuerda, sin embargo, una época en la historia en que esta raza firmó un juramento de eterna fidelidad a la reina de Portugal y de alianza con los blancos.

Cuando los conquistadores portugueses empezaron a internarse en las selvas del Brasil para buscar oro, piedras preciosas y especialmente para esclavizar indios, se encontraron con la tribu de los chavantes, que en aquel entonces habitaba la orilla del río Araguaia, y que se resistió con suma violencia a la esclavización por los bandeirantes. Mantuvieron muchos sangrientos combates, que distanciaron cada vez más a indios y conquistadores. Los salvajes se volvieron progresivamente más desconfiados y más feroces, y las poblaciones de la región sufrieron las consecuencias de la lucha.

En la segunda mitad del siglo XVIII, siendo Tristán de Cunha gobernador de Goiaz, se propuso pacificar a los chavantes y con este fin envió tropas al mando de oficiales versados en el trato con los indígenas. Pero toda diplomacia era inútil. Los chavantes siguieron hostilizando a las tropas, sin preocuparse de las intenciones de éstas. Finalmente el alférez Miguel de Arruda Sá consiguió apresar a un guerrero junto con varias mujeres y criaturas. Dejó libres a éstas, y llevó al hombre a la capital de Goiaz, donde le dieron un excelente trato, colmándolo de agasajos. Seis meses después lo hicieron volver a su aldea, y él prometió convencer a sus congéneres de las buenas intenciones de los blancos.

Entonces empezaron a acercarse pequeños grupos de salvajes, con toda precaución, y todos fueron colmados de presentes de toda especie. Finalmente, aquellos accedieron a la invitación de trasladarse en masa a la capital de Goiaz, como huéspedes de los blancos.

En dos grandes grupos iban acercándose los chavantes, formando un total de 3 mil almas. A la vista de hecho, el gobernador previó la imposibilidad de recibir a semejante multitud. Entonces hizo demorar la marcha, mientras acababan de construir toda una ciudad, especialmente destinada a los indios, a la cual denominaron Pedro III. Se inauguró esta ciudad solemnemente en el año 1788, en presencia de los chavantes y de grande y calificada representación de las autoridades portuguesas. Los chavantes firmaron allí un juramento de "paz perpetua" y alianza con los blancos. Con este acto parecía haber terminado la época de luchas sangrientas entre los terribles chavantes y los invasores de sus territorios.

Vivieron así felices unos años, hasta que eliminaron todos los animales salvajes de los alrededores, los peces de los ríos y las frutas silvestres, y se dieron cuenta de que para subsistir necesitarían trabajar la tierra y criar ganado tal cual lo hacen los blancos. Evidentemente, estaban desilusionados, pues no era esto lo que esperaban cuando los llenaban de regalos y los invitaban a vivir entre los blancos como "huéspedes" de éstos.

No sé - y otros tampoco lo saben - si fue precisamente ésta la causa de lo que aconteció luego. Las crónicas anotan, solamente, que un buen día se levantó toda la aldea y abandonó el paraíso creado especialmente para sus nuevos habitantes, encaminándose hacia el Norte. Cuando los chavantes llegaron a cierta altura, bastante alejada de su antigua morada, una parte de la tribu determinó cruzar el río Araguaia, mientras que la otra decidió quedar en la orilla derecha. De aquí viene la división de la tribu en cherentes, que hoy en día habitan los alrededores del río Tocantins y son en parte salvajes y en parte mansos, y los chavantes, que cruzaron el Araguaia y se establecieron entre este río y el Xingú.

Deben de haberse quedado muy resentidos con el trato que les dieron los blancos, pues desde esa fecha hasta hoy han rechazado sistemáticamente todos los intentos de los civilizados y también de otras tribus indias, de ponerse en contacto con ellos, observando una política de aislamiento hermético y considerando como enemigo mortal a cualquier persona que no sea chavante. También rechazan sistemáticamente - salvo pocos casos - el uso de objetos usados por los blancos.

No se sabe a ciencia cierta, pero es probable que exista entre ellos un juramento según el cual se mantendrían alejados de la "maldición" de los civilizados. Y quizás no sea del todo infundada esa cautela. Es sabido que los indios no resisten a la enfermedades que la convivencia con los blancos les trae. La gripe, la tuberculosis y la sífilis son plagas que la civilización siembra entre los hijos de la selva; combate sus constumbres ancestrales y les impone su religión y su lengua; los somete a trabajos desagradables y a ganarse el pan de todos los días con el sudor de su frente. En una palabra, anula la vida de los indios y los convierte en parias dentro de otra nación. Tal vez no lo sientan tan claramente los chavantes, pero tienen un instinto de conservación quizás más fuerte que los demás indios.


Extraído del libro "Por tierras de indios" de Tibor Sekelj, 4ta. edición en "Libros Centenario" de editorial Peuser, 1967, Buenos Aires, Argentina.-

13 de abril de 2011

Abril

Amé del otoño su luz amarilla
cayendo chispeada en techos de
casas lejanas, siempre borrosas,
pero presentes en sus lámparas
encendidas tarde en la noche,
cuando el espiritismo de los
bosques antiguos se bebe en
vasos de piedra encontrados
en el fondo de la quebrada.

Son azules las lámparas del cielo
y cuando brota una semilla ellas
están encendidas, siempre.

Las hojas amarillas son poemas
derramados sobre la milenaria
alfombra que cargaremos como
costra algún no lejano día.

Por eso amé las estaciones,
amé el otoño de luz amarilla y su
cárcel hojalata en los cerros, allá,
en la denuncia justa de la barricada
y el apagón, en el fósforo pequeño
que nos ilumina el poema.

Ahí amé tu calor, tu vida entera
amé, y fue en otoño cuando nos
vestimos de árbol y fuimos ramaje
perdido del viento y repartimos
semillas, viejas y hermosas, y
encontramos una palabra, una
palabra, como la voz del vino,
como la voz del poema, como
la tibia entrega de un colosal
otoño, salpicado de sangre
y esperma en la barricada
sentimental de nuestras
vidas.

10 de abril de 2011

La “palabra maldita” de Gabriela Mistral

Texto de Roberto Castro Herrera (extracto)

“No podemos dejar de indicar que los tres más grandes escritores chilenos, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Vicente Huidobro, fueron muy prolíferos en su arte, la literatura, y que sus temas eran totalmente humanistas, pacifistas, a fin de lograr la felicidad del hombre. Que con los versos libres en su medida, con sus prosas poemáticas y con sus sonetos alejandrinos expresaron una enorme cantidad de temas y asuntos.

Ellos se preocuparon de los problemas humanos, abarcando al hombre en todas sus edades, expresando el sentir y los problemas de su pueblo, de sus gentes y muy especialmente de la niñez y los pueblos étnicos.

La escritora elquina de Vicuña centró su obra literaria en muy importantes temas de clara lucha social, dejando preciosos mensajes para los pueblos. Se destaca su preocupación por la justicia social basada en la paz y no en la guerra cuando dice “no creo en la mano militar para cosa alguna”, haciendo airada alusión a los oscuros dictadores Mussolini en Italia y Hitler en Alemania. Sobre el mismo importante tema de la paz, debemos mostrar su incomparable prosa titulada “La palabra maldita”, refiriéndose a la guerra y la paz, y que en parte dice: “No se trabaja y crea sino en la paz, es una verdad de perogrullo, pero que se desvanece, apenas la tierra pardea de uniformes y hiede a químicas infernales…”.

Gabriela Mistral, como se sabe, se preocupó del trabajador campesino y lo demuestra su declaración hecha a la prensa de Suecia al día siguiente de la recepción del Premio Nobel: “La tierra debe pertenecer a quien la cultiva y esto forma parte de la verdadera tradición española, legada por Isabel La Católica, tradición que hasta el presente ha sido traicionada”.

Otro gran tema desarrolla la poetisa Nobel en su prosa, en su poesía y en sus comentarios. Es la defensa del indio americano, especialmente de sus compatriotas aborígenes. Precisamente en su obra denominada “Araucanos”, dice: “Ellos fueron despojados, pero son la Vieja Patria, el primer vagido nuestro y nuestra primera palabra…”. En una de sus prosas, preciosamente expresa: “Que el indio espere sin apremios, Dios le dio ese don natural y sobrenatural a la vez, él tiene paciencia; él parece llevar la paciencia derramada sobre todas sus potencias, en cuerpo carácter y costumbres”. En el año de 1934, en su obra “Breve descripción de Chile”, escribe: “Esta raza india fue dominada a medias, pero permitió la creación de un pueblo nuevo, en el que debe insuflar su terquedad con el destino y su tentativa contra lo imposible”. Y finalmente, en su defensa de sus aborígenes, ella dice: “Los extranjeros nacionales que se blanquean para alejarse de su indio personal y presumir de europeos, no son leales consigo mismos…”.

Es un deber de sinceridad hacia nuestra Premio Nobel reconocer que fue una abnegada e inteligente defensora de los derechos de la mujer. Ya en 1904, cuando sólo tenía 15 años de edad y siendo una joven maestra, empezó a pedir por la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, a solicitar salarios justos e iguales para campesinos y campesinas. También debemos recordar que cuando era una especie de secretaria en el Liceo de Niñas de La Serena, ella aceptó como alumnas a unas jovencitas humildes que cumplían con los requisitos necesarios para ingresar al establecimiento, pero la directora las rechazó por ser pobres y pidió la renuncia a Gabriela Mistral.

Finalmente es un deber resumir los ideales humanistas que contiene toda la obra de la poetisa elquina: la defensa de los derechos humanos con su actuación destacada en las Naciones Unidas en representación de Chile; la defensa enérgica del aborigen americano tanto en su prosa como en sus versos; la defensa con energía y en forma preciosa de la igualdad de derechos para el hombre y la mujer, pidiendo salarios iguales en todas las áreas de trabajo. Pero su mayor preocupación fue la defensa de la paz y su claro aborrecimiento a los regímenes dictatoriales, defendiendo la paz mundial en casi toda su incomparable obra imperecedera”.

(...)

8 de abril de 2011

Por encima de los techos


Una catástrofe natural ocurrida en la ciudad argentina de Santa Fe da origen a este poemario de Roberto Daniel Malatesta, cuyo ojo observador se expresa en imágenes húmedas, colores en escampado y un relato cuyo tono es la humildad severa a la que nos obliga la naturaleza con sus manifestaciones.

En la presentación del libro, Malatesta señala: “Este es un libro surgido de la necesidad, ni preciosuras ni autoayuda. Este es un libro desprolijo, no hay cronologías, todo el hecho es uno. Este es un libro que tenía que escribir para acabar con el tema. Y por sobre todo es un libro que debía buscar al lector puesto que no podía permanecer solo sin perder su sentido. Y es un libro, también, para decir: Gracias”.

El texto narra poéticamente los efectos de un gigantesca inundación que afectó a Santa Fe entre el 30 de abril y el 24 de mayo de 2003. Una tragedia oscura, un desborde de río que trajo consigo el caudal imperio de los elementos, arrasando con todos los caprichos del hombre. Según constata la prensa de la época, y como el mismo poeta lo confirma, la lengua del río entró a las casas destruyendo libros, trabajos, electrodomésticos, muebles, álbumes familiares y alfombras, aislando a miles de personas. Incluso varias familias quedaron varadas sobre los techos de sus casas, por días.

En esa estancia, lo primero que aparece es el observador desamparado, el poeta sin posibilidades de escribir en el instante mismo del desborde del gigante: “Advierto que no tengo tinta ni papel / y el río crece. Para mí y para mi perro / lo único seguro es el techo de la casa”.

De ahí en adelante, se suceden una serie de imágenes sobre la catástrofe, hasta que lentamente, centímetro a centímetro, el agua va bajando y la vida de la población de Santa Fe vuelve a aferrarse a la normalidad, en un territorio “sin fechas, sin calendarios”, donde la visión de algo tan cotidiando como un medidor de luz o una casillita de cartas, es celebrado por personas que se aferran a la esperanza de poder empezar de nuevo, tras sobrevivir al desastre.

“Por encima de los techos” plantea una poesía llena de perplejidad ante la magnitud de las fuerzas naturales, tema que podría ser cada vez más recurrente debido a los graves daños al medioambiente y al clima causados por el actual sistema de vida, del cual somos todos responsables. Pero además, y esto es muy importante, Roberto Malatesta reivindica el rol de poeta como testigo de su época, en cuya bitácora está casi siempre la historia que no cabe en la literatura oficial ni en los estrechos temarios escolares, aquella de la esquina, que se escribe con brazos arremangados, trabajo y algo más.

A continuación, algunos poemas:

Y el río crece

Advierto que no tengo tinta ni papel
y el río crece. Para mí y para mi perro
lo único seguro es el techo de la casa.
Quiero gritar, pero mi grito es tinta
y no tengo papel en dónde derramarlo.
Miro al cielo: Llovizna. Detrás de la llovizna
veo la cara húmeda de Dios.
Brilla su oscuridad, su penumbra luminosa.
Me digo: - aún tengo Dios - y me doy bríos.
Descubro que después del papel,
aunque mucho más alto, está Dios,
y sinceramente agradezco.
Dije una plegaria que no recuerdo.
La hubiera escrito, no importa,
todos los hombres la saben,
llegado el momento.

Ver

Desde la ventana del primer piso de mi vecino
veíamos aparecer marcas, señales, en la vereda de enfrente.
Una nueva hilera de ladrillos, asomar un tapial,
la puertezuela del medidor de luz y de ella
el tornillo donde la pinza abre, más abajo
la aparición del cristal, luego, su final
y así todos estos elementos que durante años
estuvieron a nuestra disposición, y no vimos,
ahora sobredimensionados por su efecto esplendoroso:
el río comenzaba a bajar, el río se retiraba de la ciudad.
Al final de aquel día mi vecino dijo: mirá,
la ranura para las cartas de aquella puerta
está a la altura del picaporte de aquel portón.
Cuánto significado encontrábamos a estas cosas.
¡Y eso era mirar!
Todo un día y la mitad de otro estuvimos viendo.
Los vecinos de enfrente, tres familias en una casa de alto,
hacían lo mismo con nuestra vereda
e intercambiábamos saludos y bromas
increíbles, y más, risas.
Quién sabe quién sufriría aquel día,
en aquel mismo instante,
por una mancha de humedad o por la copa
que se derrama sobre el mantel.

Cosas inútiles

- Cuántas cosas inútiles teníamos -
le dice la vecina a mi esposa,
y las casas iban quedando vacías,
y el vacío mismo era un sentido, y,
aún en medio del desasosiego,
¡se parecía a la esperanza!

Por encima de los techos

Detrás de la vía el río subió más allá de los techos.
Ahora, veíamos cómo se había llevado al barrio,
a su alma.
Pilas enormes de basura bloqueando las calles,
y caminando por allí alguien
que con fruición pasa la escoba a un mueble.
Yo no sé si de allí nacerá algo nuevo,
desde el ruido de la escoba, desde el músculo
que se tensa.
Pero al hombre no parece importarle otra cosa
que el efecto de la escoba sobre la maltratada madera.
Ese hombre que cree en la escoba
y cree en su viejo mueble
y sopla su trabajo como un dios sobre el barro.


(...)

6 de abril de 2011

Playa Ancha

Siempre una resaca
Siempre una muralla gris
pidiendo el carnet
meta lumazos costilla
en la jeta discurso
a callar mierda los guarenes
del último sector
bolsas de nichos tan grises
como la niebla afilada en los
acantilados o como la daga
que podría vaciar tu vientre


...