16 de febrero de 2011

Pido respeto

José Manuel Parada era jefe de Procesamiento y Archivo del Departamento Jurídico de la Vicaría de la Solidaridad cuando fue degollado por Carabineros el 29 de marzo de 1985, a los 34 años de edad.

El caso conmocionó al país y a la opinión pública internacional. Parada – sociólogo de profesión – fue secuestrado desde las puertas del Colegio Latinoamericano de Integración mientras dejaba a su hija pequeña. También se detuvo en esa ocasión al profesor Manuel Leonidas Guerrero, dirigente de la Asociación Gremial de Educadores de Chile e inspector del colegio. Otro profesor que intentó resistir el atraco fue baleado a quemarropa. Un día antes, la policía había raptado en plena vía pública a Santiago Nattino Allende, publicista de militancia comunista, argumentando “la vigencia del estado de sitio en la totalidad del país”.

Los tres hombres aparecieron ferozmente degollados el 30 de marzo de 1985 en el camino que une Quilicura con el aeropuerto de Pudahuel. La investigación judicial determinó la participación de Carabineros en el horrendo crimen. Entonces, el mundo entero escuchó estupefacto la explicación del general de Carabineros y golpista de 1973, César Mendoza: “Por algo los habrán degollado pues”. Pocos meses después, este oscuro personaje dejaba su cargo justamente por la tremenda conmoción que provocó el asesinato de los tres profesionales.

A José Manuel Parada le costó la vida trabajar en la Vicaría de la Solidaridad, apoyando a las víctimas de la represión derechista. Dejó 4 hijos, “con quien formaba un grupo hermoso, con un padre aventurero y alegre, un caminante de la vida, capaz de asumir las más duras responsabilidades en su trabajo y de sentirse libre, intensa y verdaderamente libre, en el ejercicio de su creación”. La cita es de María Estela Ortiz, esposa de José Manuel y principal impulsora de la publicación de un libro con los poemas de su esposo, “Pido respeto”, que hoy, a 26 años de su desaparición física, llega a mis manos.

Se trata de un hermoso volumen de poemas acompañados por dibujos de Parada y otros de destacados artistas nacionales, como Nemesio Antúnez y Gracia Barros. Fue editado en el mes de mayo de 1986 por Emisión Limitada, en una edición de lujo y otra rústica, con 2 mil ejemplares c/u para distribución. La edición general estuvo a cargo de Héctor Cereceda y María Estela Ortiz, quien en la presentación agrega algunos detalles sobre los textos.

“José Manuel comienza a escribir poemas después del golpe militar. Los hacía tarde en la noche, cuando los niños dormían y siempre me los mostraba preguntando mi opinión. No quería conservarlos; por él, los habría botado. Tampoco quería mostrarlos a otras personas, pues decía que eran muy suyos y muy míos. Tuvimos muchas discusiones al respecto. Me los iba regalando con el compromiso que no los diera a conocer. Tiempo después lo convencí que los pasara en limpio en un solo cuaderno y así se fueron juntando y yo guardando mi pequeño tesoro”, dice Ortiz.

Finalmente, María Estela reconoce haber “roto el compromiso que tuve con él, en relación a los poemas, pues creo que forman parte, al igual que los dibujos, de lo que era José Manuel hombre, político, amante de la vida y de la lucha por los que más sufren”.

En los poemas está el enorme sentir de una generación que se la jugó por completo por un ideal. Parada aporta desde su poética una visión inteligente del mundo, un constante merodeo por las preguntas, por la inquietud de aprender y crecer como persona, siendo mejores con los demás y comprometidos simplemente con vivir en un mundo con justicia.

Se nota además una fuerte presencia de la experiencia histórica que significó la Vicaría de la Solidaridad, donde llegaban cada día cientos de casos de violaciones a los derechos humanos, los que eran archivados y estaban a cargo del sociólogo. Es inevitable no imaginarse al poeta abrumado escribiendo uno de los textos más profundos del libro, “Los hijos del silencio”, tras una extenuante jornada de trabajo en la Vicaría, en contacto diario con la injusticia y la brutalidad impuesta por la Junta Militar.

Oponer a esta violencia la voz de la poesía, fue dejar a José Manuel para siempre vivo en la profunda cavidad de la conciencia, ahí donde su poesía levantó el canto más hermoso de su sinfonía celeste, el canto a la humanidad y al amor que somos capaces de entregar, a pesar del adversario. Un poemario que pone en valor el libre e importante ejercicio de la creación y el derecho de todos a alzar la voz y exigir “respeto”. En la imagen, vigilia de la familia de José Manuel Parada, una vez conocida su desaparición.


A continuación algunos poemas del libro:

TRIÁNGULO

El torturador
no sabe lo que quiere.
El traidor
apenas sabe de qué quiere escapar.
El que resiste
sabe la esperanza del hombre.

El tiempo
es olvidado por el que aplica la tortura.
El pasado
persigue al delator.
El que resiste
camina hacia el futuro.

El más omnipotente con el más indefenso
está ya condenado.
El que entregó a su hermano
está preso en sí mismo para siempre.
El que resiste
ya es parte de la dignidad de la tierra
y de todo lo que vive.

ALGÚN DÍA

La ropa está colgada en los cordeles
vacía está. Sin gente.
Son cáscaras de nuez,
ventana sin morada,
soledad sin reencuentro.
Pero es cuestión de tiempo:
el sol lo seca todo, y entonces
ya mañana
se irá la ropa puesta
a pasear
calle abajo
al rumbo que ella quiera.

EL HAMBRE

El hambre
trae un cerco
callado, silencioso.
No da golpes violentos:
avanza como el tiempo
aprieta desde lejos
y mientras más se acerca
más parece olvidada;
junto a su gran silencio
más habla de la vida
de lo que pudo ser,
hasta el límite extremo
y de los muchos niños
cercenados
presentes.

LOS HIJOS DEL SILENCIO

Si yo tuviera un hijo
le pondría Manuel.
Hubo un obrero que se llamaba así.
Salió de un barrio gris del sur.
Anduvo por el Norte
y publicó un buen diario clandestino.
Cayó en Arica.
Cayó y calló.
Calló y murió.
Es joven y está enterrado
no sé dónde.

Si tuviera una hija, tal vez
le pondría Teresa.
Hubo una mujer
con otro nombre:
no se llamaba así
pero ése era su nombre de combate
y a mí me basta y sobra en este día.
Apareció
en una playa, masacrada.
Fue torturada hasta el extremo.
Yo sólo sé
que camina hoy mucha gente en la calle
por su ejemplar silencio.

Puedo seguir así hasta el infinito.
Sus silencios
son gritos de exigencia
y sus muertes
cimientos de la vida:
mi alegría
será mi pena siempre
si yo tuviera un hijo.


(...)