27 de enero de 2010

El ciudadano

Entré en las ferreterías
con mi corazón inocente
a comprar un simple martillo
o unas tijeras abstractas:
nunca debiera haberlo hecho,
desde entonces y sin reposo
dedico mi tiempo al acero,
a las más vagas herramientas:
los azadones me someten,
me avasallan las herraduras.

Me inquieto toda la semana
buscando nubes de aluminio,
tornillos atormentados,
barras de níquel taciturno,
innecesarios albadones,
y ya las ferreterías
conocen mi deslumbramiento:
me ven entrar con ojos locos
de maniático en su caverna
y se ve que acaricio cosas
tan enigmáticas y ahumadas
que nadie podría comprar
y que sólo miro y admiro.

Porque en el sueño del injusto
surgen flores inoxidables,
innumerables palas de hierro,
cuentagotas para el aceite,
fluviales cucharas de cinc,
serruchos de estirpe marina.
Es como el interior de una estrella
la luz de las ferreterías:
allí con sus propios fulgores
están los clavos esenciales,
los invencibles picaportes,
la burbuja de los niveles
y los enredos del alambre.

Tienen corazón de ballena
las ferreterías del Puerto:
se tragaron todos los mares,
todos los huesos del navío:
allí se reúnen las olas,
la antiguedad de las mareas,
y depositan en su estómago
barriles que rodaron mucho,
cuerdas como arterias de oro,
anclas de peso planetario,
largas cadenas complicadas
como intestinos de la Bestia
y arpones que tragó nadando
al este del Golfo de Penas.

Cuando entré ya no salí más,
ya nunca dejé de volver
y nunca me dejó de envolver
un olor de ferreterías:
me llama como mi provincia,
me aconseja inútiles cosas,
me cubre como la nostalgia.

Qué voy a hacerle! Hay hombres solos
de hotel, de habitación soltera,
hay otros con patria y tambor,
hay infinitos aviadores
que suben y vajan del aire.

Estoy perdido para ustedes.
Yo soy ciudadano profundo,
patriota de ferreterías.



* Poema de Pablo Neruda publicado en "Estravagario", año 1958.-



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