29 de agosto de 2009

Poemas de Tagore Biram*

La estación del mundo

Para Omar Lara

Desde esta tierra distante veo el mundo en donde no estoy
Pregunto por la esperanza, y los cementerios dicen lo mismo.
Parece que estoy completamente perdido. Estoy perdido.
Ya no comprendo el mundo. Y el mundo se va alejando de mí.

Parece que alguien, en cualquier momento, debe decirme algo.
Parece que se acerca a mí para articular ciertas palabras.
Las palabras que nacen en el jardín.
El jardín amanecido lleno de tristezas y regalos de los dioses invisibles.

Entonces casi todo está como listo.
Yo pregunto a una piedra qué ocurre.
Qué ocurre con Dios,
que no ha hecho nada para estos que caminan
por la orilla del mar.

No sabrá que estamos hambrientos o sin alimento que diga.

Yo veo que está un poco azul el infinito.
El mar ya volvió con sus árboles.
Sus árboles tan tristes como cementerios sin huesos.

Los pantalones caminan tristes por las calles.
Los pantalones sin las piernas de sus antiguos dueños.

Ahí vamos a mirar las estrellas con sus ojos de plata.
Los peces ya no necesitan ilusiones.
Están listos y perdidos como nosotros en el cielo del mar.
Los caminos seguirán su destino como los cometas sin ruta.

Sucede

Sucede que de repente estoy perdido, perdido
en medio de una carga de improperios arrojada
por el propio Dios en el rostro de la constelación.

Hay cachorros heridos por ahí,
perros pulguientos de abandono,
perros silenciosos.

Y hombre, ay hombre que no volverán a sonreír.

Porque sus huesos enfermos están ahí.

Enterrados en esta tierra sucia.

Sobrevolada de pájaros risueños.

Los perros

Hay noches en que el ocaso me vigila
y su mirada es implacable para mis cantos obscenos.
Dentro de la noche y los límites de la vida,
me ha concedido el destierro antes de ser mordido por la muerte.

No tengo más tiempo, no tengo más tiempo
para masticar flores por los caminos lentos.
Masticar hojas de hierba por los caminos lentos.
Pasear lentamente por el campo imaginando el prado.

Es amarga la esperanza, compadre,
es amarga la existencia.

La ampolleta disuelve mi aire oxigenado
en pequeños caracoles por el espacio,
este espacio espantosamente claro para mi fe.
Pero nadie puede impedir mis infinitos.

Y de una sola cosa estoy preocupado:
¿sabrán los perros contestar mis gritos?

Utilidad pública

Estoy desaparecido.

Quien supiera de mi paradero
Favor dejarme en paz.


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*Textos pertenecientes al libro "Enderezador de vientos y ciertos poemas de amor", de 1996.


El poeta brasileño Tagore Biram vivió los últimos tres años de su vida en el sur de Chile, donde se dedicó a la venta de tortillas de rescoldo. Un ser enigmático, según quienes lo conocieron. Su obra, asociada a la tradición lárica, es prácticamente desconocida. Esto, a pesar de haber publicado tres de sus siete libros en nuestro país. Falleció el 14 de junio de 1998, producto de un vómito alcohólico.


Fuente: revista La Calabaza del Diablo, Julio de 2003.-



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20 de agosto de 2009

Vagancia en Valparaíso

Valparaíso es solamente un sueño
un sueño de botes que suben escalera abajo
un sueño de nubes disfrazadas de cogoteros
un sueño de peces vagando por los inviernos
y brujos tatuados en las piedras de los callejones

La madrugada es Valparaíso en estado salvaje
la noche vistiéndose de día

El mar encierra en su vientre idiomas perdidos
que entre pelícanos se entienden

pero

entre acantilados y flores solares
está el idioma que buscamos

Los muertos descansan mirando el sol ponerse
y los vivos viven perdiéndose aquel espectáculo

Más allá de Playa Ancha están las respuestas
a muchas de nuestras inquietudes

Gatos que orinan sobre el horizonte
perros que ladran en el abismo de nuestras manos

Entre casas que no existen
y plumas que tampoco existen

Todo es un sueño
un lánguido y empinado sueño

Los cerros trepando entre cordeles y ropa mojada
poblando una palabra que yace
entre las coordenadas actuales de un pelícano
dos esquinas más arriba de este poema




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8 de agosto de 2009

Los inquilinos*

Desde lo alto de los ranchos,
la miseria viene cayendo,
-lluvia de piojos, lluvia y llanto-;
y los últimos esqueletos,
-enormes banderas de andrajos-,
van tiritando, invierno adentro,
en la soledad de los campos;
la policía está sobre ellos,
haciendo restallar el látigo
y el puñal de "los caballeros";
son los esclavos, el rebaño
de los patrones, son los siervos,
los tremendos siervos chilenos,
maneados y encadenados
por el capital extranjero,
sus "patriotas" y sus "sicarios";
carne de cárcel -barro y hierro-,
flor de presidio, en los barrancos
espantosos del cementerio;
salarios de hambre, los salarios,
pienso de bestias, en receso,
y el horror nacional, cavando
la pena inmensa del pellejo;
arrasó el capataz borracho
a la última virgen, cubriendo
de baba los dieciséis años,
y se abrió el hospital del pueblo;
por las mañanas, canta "el malo",
entre el coligüe de los techos,
y encima de un montón de espanto
hay una inmensa flor pariendo;
dos leones acuchillados,
cierran la hacienda; (a ochenta perros
les siguen catorce lacayos,
un sacristán y cien llaveros);
¡y hay peromotos proletarios,
detrás de los muros siniestros!;
bajo el grito de los güairaos,
a la orilla de los esteros,
o a la orilla de los pantanos,
a la sombra de los canelos,
a la ribera de los álamos,
a la sombra de los gomeros
o entre mediagüas de rezago,
obscuros, malditos, hambrientos,
murallones ya destrozados
de una gran fábrica de muertos,
van los campesinos errando
encima del país chileno,
entre viñedos y sembrados,
entre caballos y corderos,
parias de dios, el dios marrano
de los ricos y del gobierno:
porque ya murieron los huasos,
restan los perros de los perros,
-"patroncitos" y "paniagudos"-;
a las guitarras sucedieron
aullidos de mamarrachos,
a la cueca, la bala, el féretro
de puntapiés de los mulatos,
la galleta hedionda, el tremendo
y acerbo puñal del Estado,
el curita, el carabinero,
el hambre, siempre el hambre, el trago,
el trago amargo del veneno
y humillación del flagelado;
lejos los pueblos, en lo lejos;
entre quebradas y barrancos,
cementerio de cementerios,
baldío, reseco, malsano,
llaga de sol, ciego entre ciegos,
muerto entre muertos, llora el campo.



*Poema de Pablo De Rokha, perteneciente a "Romancero proletario", publicado en revistas durante la primera mitad de la década del '20.
















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