8 de agosto de 2008

Las raíces

La verdad es que no comprendí el desgarro hasta escuchar su explicación. Sus palabras removieron mi existencia como un terremoto grado ocho. Simplemente, al enamorarse, uno coloca sus raíces en el otro. Eso es lo que hace. Y el individuo, el yo, desaparece, pues las raíces están en otra persona, dejas de ser tú y pasas a ser el otro, aunque lo ideal es que se forme una dualidad. Pero la mayoría pasa a ser el otro, completamente, y eso es peligroso.

De ahí el ‘la maté porque era mía’. O ‘mío’. Es una frase que congela pero que se explica en algunas personas enloquecidamente pateadas, gorreadas, enamoradas, sin raíces, sin yo. Pierden todo piso de vida. No queda ser humano en ese cuerpo, sólo restos de algo, el yo no está, nadie está, entonces el naufragio es total y puede – está comprobado – llevar a la locura.

Está bien jodido el amor en estos tiempos de sicótica farmacia, en las actuales jornadas de-presiones, de pastilla fácil, de jale, de copete, de violencia. Ya casi no sobrevive el amor, hay mucho miedo, mucha frustración, desconfianza, y ante el desencuentro se descarga la ira y todo se reduce finalmente a la fuerza animal, en los casos más extremos.

No puede dejar de sorprenderme lo instintivo – primitivo de esas reacciones. La explicación de las raíces me reafirmó pensar que hay algo más fuerte que domina en ese momento. Cuando el ser amado se aleja para no volver, eres tú en el fondo el que desaparece. Lo que queda de ti, tus pedazos, tus restos, son los que deben rearmarse y empezar. Si estás débil y solo puedes morirte en ese momento. Si estás fuerte o si te ayudan, puedes salir adelante, aunque nada es seguro, ni la locura. Sólo una cosa es clara: después de esto, ya no somos los mismos. El mismo amor ya no es lo que era antes.


Publicado en la revista Cavila de Valparaíso.