10 de agosto de 2006

Apuntes necesarios para la periferia, tercera parte y final*

En Chile, donde no pasa nunca nada…

Entre las frases de hechizo y exorcismo que en el seno de las familias constituían la presunta sabiduría oral chilena, ésta, en “Chile nunca pasa nada”, parecía adaptarse a la concepción de un Chile que era un lugar común naif: la copia feliz del Edén. Todo se podía arreglar en Chile, era cuestión de confianza, de acuerdos entre caballeros, fórmulas de pasillo de Parlamento y redacción de periódicos, encontrarse en la calle Ahumada con Huérfanos y solucionar el problema, celebrar la solución en una comida. Todo podía terminar felizmente, en un banquete de reconciliación. Fórmulas para cualquier problema de política, tanto el más casero como el más universal.

Cuando Arturo Alessandri Palma después de su segunda presidencia, al día siguiente de la asunción del mando del Frente Popular, luego, es claro, de los muertos del Seguro Obrero, hizo naturalmente un viaje a Europa, para reposarse y “estudiar la situación internacional”, se entrevistó en Roma con Ciano, el Ministro de Relaciones exteriores de Mussolini. 1939. Después de hablarle de la situación de Chile, de extenderse sobre las condiciones sudamericanas, inquirió el viejo Presidente al joven conde italiano cuál era la verdad, la “firme” y secreta verdad de los graves conflictos europeos en curso. Después de oír atentamente al Ministro - que por cierto se abstuvo de transmitirle sus firmes secretos -, Alessandri, descendiente de italianos y famoso en Chile por su sentido del humor (aunque los caballeros chilenos llaman humor a un pesado sarcasmo pueblerino), pero sin sombra de intención humorística esta vez, reveló hasta qué punto era el paradigma de los políticos chilenos, diciéndole como observación final: “¿Y no habrá solución de conjunto para los problemas europeos?” Hasta el propio jerarca fascista creyó del caso contar con estupor esta entrevista en su Diario.

Una “solución de conjunto”…, el ideal político cazurro chileno. Hemos visto tantas soluciones de conjunto, de compromiso, fórmulas mágicas de equilibrio inestable, que muchos llegaron a creer en la banalidad de que a fin de cuentas en Chile no pasaba nunca nada (“este país está enfermo de ponderación”, le oí comentar, mientras yo seguía jugando en el patio solo, a mi tío Pedro por esos años). Todo se arreglaba en pasillos, y pasillos eran también los periódicos y órganos de publicidad, pasillos las manifestaciones públicas, los cortejos políticos se parecían a las procesiones religiosas. Todos eran, finalmente, de los mismos. Pero el pueblo era otro, y a sus espaldas se arreglaba todo. Sobre sus espaldas. Estas acrobacias, en régimen democrático, se hacen en público y con aplausos del honorable público que paga. Prestidigitaciones.

Pero también por cazurrería, el pesimismo, un escepticismo a veces banal y barato, se abría lugar frente a cada pequeña crisis - los saltos mortales del índice de precios, el fuelle de la inflación perpetua (crisis no tan pequeñas para quienes vivían al mínimum de subsistencia) -, y entonces los chilenos de sobremesa exclamaban limpiándose la boca y alzando los brazos a media altura: “¡este país no tiene remedio!”. Lo que no tenía remedio era su sistema de poder, pero como tal sistema se quería idéntico al país, Chile entero con su geografía, su naturaleza física y humana, su mayoría de pobres, el que no tenía remedio. Luego de la exclamación el chileno en su comedor quedaba desahogado y podía volver al día siguiente al trabajo de cada día, al servicio público de hacer funcionar la inflación succionadora.

Los caballeros más viejos, más desesperados y más caballeros requerían, para descargarse de estas graves preocupaciones de bien común, de una exclamación más radical; la operación quirúrgica imaginaria que debía practicarse en el cuerpo lamentable de Chile era eutanásica, pero sin piedad: como recuerda haber oído hace muchos años un escritor chileno cuando niño, mientras era lustrabotas de Club, “hay que vender este país y comprarse algo más chico en Europa”. ¿Rasgo de humor? ¡Sarcasmo, rasgo de psicología social!

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Vender, comprar. Los caballeros han tenido siempre una afición irresistible por la compraventa en grande pero con criterio en chico. ¡Vender el país! Si estaba siendo vendido mes a mes, sus minas subterráneas, el salitre, el cobre, el hierro, sus riquezas más profundas, a ingleses, a norteamericanos, al extranjero…

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¡Europa! Se fue a Europa. Volvió de Europa pasando por Estados Unidos, está de viaje en Europa, está estudiando en Estados Unidos. Tiene amigos extranjeros, goza de la confianza de una gran firma de inversionistas, es persona seria: hace negocios con el extranjero. El sueño del criollo rico, transmitido de generación en generación aun después de siglos en América: volver a “Europa”, una Europa “del alma” (llamando “alma” al vacío moral dejado por el desprecio hacia los propios pueblos americanos), instalarse en esa costa azul que cubre todo el continente europeo, en esas aguas milagrosas, Baden-Baden, Trevi, Lourdes, termas. ¡Europa! Que con el tiempo pasó también a comprender Estados Unidos.

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(Cuando se habla del sueño de la razón, se sabe - desde Goya -, que produce monstruos. El ridículo de estas imágenes corresponde al inconsciente social criollo, no al cronista que las extrae de los balbuceos que ha podido escuchar mientras su clase duerme. Estos monstruos no son cómicos, son horribles; se alimentan de sangre; esta sangre, desde 1973, ha corrido Chile más anónima que nunca, más lastimosamente. Clama al cielo. ¡Qué vergüenza!).

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“Era inevitable: ¿Por qué Allende no fue más prudente? ¿Por qué la gentuza que salía a las calles a hacer manifestaciones (en vez de trabajar) desafió a los militares? Se sabe lo que son, los militares, se sabe para qué están. ¿Cómo no tomó en cuenta, la Unidad Popular, que se le estaba pasando la mano? Los rotos estaban alzados. Querían más regalías, los regalones. Ya nadie trabajaba en Chile. Un verdadero caos. Orden era lo que se necesitaba. Los militares están para eso. No podían quedarse sentados mirando la descomposición social. ¡Luchas de clases! Guerra interna es lo que van a tener. A cargo de los militares. Ellos saben cómo hacer estas cosas”.

“La situación no podía seguir así. Hay que haber estado aquí para saber cómo estaban las cosas. No nos vengan con opiniones a distancia, desde el extranjero. La cosa no daba para más. Si hasta podían salir los desalmados de los cordones industriales, de sus cuevas, y empezar la degollina de un momento para otro. Cuando suene la hora del roto con su corvo y su carabina recortada, ¿a dónde vamos a ir a parar? Los militares saben aplacarlos. Es su función. Para eso están. Un poco de sangre tiene que correr, es inevitable. Pero después las cosas vuelven a su cauce normal, y podemos vivir tranquilos unos y otros, unos trabajando y los otros (caballeros de Chile) dirigiendo al país”.

“Este Salvador Allende ha echado todo a perder. Es un pije, lo habíamos dicho desde hace mucho tiempo. ¡Lo que se le fue a ocurrir! ¡Resistir en La Moneda! ¿Qué hacía ahí en La Moneda? Su lugar estaba en el extranjero, entre sus queridos rusos o cubanos, o si no le gustan tanto como dice, en algún lugar de Europa, en el exilio”.

“De dónde sacó esto de resistir con armas en La Moneda. Culpa suya es. La Moneda tuvo que ser bombardeada por los aviadores. Él destruyo La Moneda así como hizo pedazos el país, por su culpa, por su gravísima culpa; los militares tuvieron que bombardear la galería de los Presidentes, los bustos de mármol (hay algunos de yeso). Los militares ahora están obligados a poner orden por la fuerza. No es que les guste la fuerza. Tampoco a nosotros nos gusta. Pero el deber es el deber. Su deber es que nunca más en Chile se alce el roto y pueda amenazarnos. Lástima si esto puede costar vidas inútiles, quiero decir, muertes inútiles. No son inútiles si esto significa salvar al país (salvarnos a nosotros), acabar con la injusticia de las expropiaciones, devolvernos el fundo, la fábrica, entenderse con los inversionistas (ya que no querían invertir en Chile), poner al pueblo en su lugar”.

“¡Este Allende! Se le ocurrió morir en su puesto, como si éste fuera el caso del Combate Naval de Iquique. Curioso que los marinos, que fueron los primeros en alzarse por la patria el 11 de septiembre, se vieran obligados a acabar con este nuevo Arturo Prat que nos salió. Allende muere, tan contento, y deja el pastel. Ahora hay que matar al enemigo interno como a las palomas, al vuelo. Esta es la herencia de Allende. Le dio por el pueblo. Ahora hay que matar pueblo como a moscas. La culpa es suya y de los que fomentaron a estos rotos sublevados”.

“Quizás cuánto vaya a durar esta empresa. Mejor sería tener, no solo orden sino alguna libertad. Pero no importa. Ya volverá nuestro turno, más bien dicho ya ha vuelto; se dio vuelta la tortilla: ahora mandamos nosotros; los militares son transitorios, ya volverán a sus cuarteles y entonces mandaremos nosotros - como siempre - y podremos ser benévolos”.

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(Neruda en su lecho de muerte, diez días después del golpe, me lo contó su interlocutor, único visitante esa tarde, el toque de queda espantaba a los amigos disponibles, la mayoría estaban escondidos, había algunos muertos. Dijo: “Ponte a los pies de la cama para verte. No puedo torcer la cabeza. Ándate de aquí apenas puedas. Están matando mucha gente. Tienen necesidad de matar para que puedan dominar los mediocres. Matarán mucho. Mandarán los mediocres, dominarán en todo los mediocres. Y cuando ya no puedan matar más, entonces se pondrán benévolos, los gobernantes besarán a los niños pobres en las poblaciones. Pero entonces serán más peligrosos que nunca”).

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¿Los militares?

Los militares creen representar a Chile, el espíritu y cuerpo nacional, la historia, a voluntad del Estado. Los militares de hoy representan la voluntad de que el país (donde debíamos crecer) no exista. Esa voluntad es antigua en nuestra tierra, ha permanecido a través de todos los esfuerzos de hacer el país, desde el comienzo. Es uno de los rasgos ocultos inconscientes de las clases que han dirigido siempre Chile, hasta hoy. La tentación de que el país muera como tal y se entregue a la historia exterior, a los imperios, a los “imperativos de la geografía”, a los “círculos financieros internacionales”, a todo lo que a distancia, al ojo del provinciano isleño y cerril duro de cabeza y sin fantasía, escarnecedor y sin humorismo humano, envidioso, desconfiado, inseguro, le parece la realidad de este mundo. Los militares representan la voluntad de muerte del país. Cuando matan , no solo asesinan a quienes matan: a izquierdistas o a “rotos alzados”. Acaban - quieren acabar, pero no podrán - con el Chile histórico. No podrán hacerlo; porque el verdadero Chile histórico, la comunidad que verdaderamente necesita que Chile exista, y que ha sudado cuatrocientos años para realizar el país, es el pueblo perseguido y castigado, el que no tiene opción ni siquiera imaginaria en el mundo sino su lugar, su tierra, su trabajo.

*Textos extraídos del libro “Caballeros de Chile”, de Armando Uribe, escrito entre marzo y junio de 1974.