23 de junio de 2006

Sólo muere aquel que no es recordado



Poemas de Stella Díaz Varín

La casa

Dejaban mi cabellera colgada desde el tronco de la puerta como trofeo
Sin precedente en la historia de los indios manantiales,
y una cuenca abierta,
para la mirada de los ojos indiscretos
colocada a la acera del abismo…
Y esta era mi morada.

Una víbora, encerrada en la jaula,
destinada a cualquier pájaro,
y una piedra, caída temporalmente desde la cima,
una piedra nómade en busca de aventuras
servía de puerta, de mesa de comedor…

Qué queréis que se haga con estos materiales.
Nada. Sino escribir poesía melancólica.

Acaso, cuando la noche
se despierte debajo de los murciélagos,
no haya otra cosa sino una sensación,
y estas vertientes que a uno le aparecen desde el fondo
de los ojos.

No haya
sino un alud de hijos de piedra
de hijas de agua
de hijos de árboles.

Entonces escribiré mi biografía
al uso de los poetas indecisos.
Miraré a través de una llama de cobalto
y distinguiré objetos olvidados:
como cuando dormía adosada a la pared
y todo parecía bello sin serlo.
Tomaré una de mis pequeñas flautas colgantes
y entonaré la canción del amor.

La palabra

Una sola será mi lucha
Y mi triunfo;
Encontrar la palabra escondida
aquella vez de nuestro pacto secreto
a pocos días de terminar la infancia.
Debes recordar
donde la guardaste
Debiste pronunciarla siquiera una vez…
Ya la habría encontrado
Pero tienes razón ese era el pacto
Mira como está mi casa, desarmada.
Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza.
Y mi huerto, forado permanente
Y mis libros como mi huerto,
Hojeado hasta el deshilache
Sin dar con la palabra.
Se termina la búsqueda y el tiempo.
Vencida y condenada
Por no hallar la palabra que escondiste.

El poeta

A Pablo Neruda y a todos los poetas que le anteceden y le suceden.

Un hombre caminando sobre el mar
Sobre su corazón
Camina cielo adentro
Sobrecogiendo al sol con su mirada.
Un hombre
para quien todas las cosas
son parientes lejanos.
Nacido de la luz y de la sombra
Con solamente aparentar tristeza
Mueve a risa
A quien tenga el placer de mirarlo

Perseguido por las aves y por las fieras
Y pensar
Que sólo en su mano izquierda
Han crecido cien robles,
Que para vivir un día de su vida
No hay clepsidra inventada
Ni medida de tiempo.
Él, con su corazón
Bajo los pies, sobre el agua,
Junta los cuatro puntos cardinales.

El amor
le pasó por los ojos
Como un vértigo
Ebrio de abejas, sin heredad
La muerte sólo sería muerte
Si encontrara su mano.
Qué sólo el hombre
De pie, sobre el océano.

La alegría le teme
Como a un mal pensamiento
Y pensar que su frente es el muro
Donde podréis dibujar
Los más bellos grabados infantiles.

Así avanza
Paso a paso sobre el agua
Siempre despierto mientras el sueño
Vive en los ojos
Del resto del mundo.

Sin divisar jamás el horizonte:
su mirada de golfo perdido
su mano derecha de fuego.
Su boca
El alud que sepulta
con una sola de sus palabras.

Y qué solo
Va el hombre de espalda al sol
perseguido de niños y sueños
Engañador de cambios terrestres
Entre la muchedumbre de los peces.

Ah si encontrarais otros ojos
Con más lejanía
De inconclusa oscuridad.

Camina
Entre el canto de los peces
Sueltos como los hombres en su gran prisión
Inefable
como Dios cuando quiere ser hombre.

Distiende la pupila de brasa celeste
A la estrella antigua
En demanda de su halcón pez.

Oh fanal de ojo ciego
Quiero caminar de pie
Contigo sobre el agua
Saludar la escama de gran pez
Ser solícita con la bruma
y penetrar la aleta oculta
que insinúa una mañana de mar.
Beber la leche que desparrama la ola
Cuando tu gran corazón
Quiebra la soledad…

Sordo es el corazón del hombre
Cuando camina de pie, sobre el océano.

Breve historia de mi vida

Comando soldados.
Y les he dicho acerca del peligro
de esconder las armas
bajo las ojeras.
Ellos no están de acuerdo.
Y como están todo el tiempo discutiendo
siempre traen la batalla perdida.

Uno ya no puede valerse de nadie.
Yo no puedo estar en todo;
para eso pago cada gota de sangre
que se derrama en el infierno.

En el invierno, debo dedicarme
a oxidar uno que otro sepulcro.
Y en primavera, construyo diques
destinados a los naufragios.

Así es, en fin…
Las cuatro estaciones del año
no me contemplan, sino trabajando

Enhebro agujas
para que las viudas jóvenes
cierren los ojos de sus maridos,
y desperdicio minutos, atisbando
a la entrada de una flor de espliego
a una simple abeja,
para separarla en dos,
y verla desplazarse:
La cabeza hacia el sur
Y el abdomen hacia la cordillera.

Así es
como el día de Pascua de Resurrección
me encuentra fatigada,
y sin la sonrisa habitual
que nos hace tan humanos
al decir de la gente.

Ella

Ella estaba parida tristemente
sobre una ola, también recién parida.
Y era su substancia, de amortiguado rostro redivivo,
como la mano empuñada de rojo.
Y perennemente sola como el signo de su frente.

Ella, y el viento azul, meciéndola como un padre,
con algo de brutal y algo de amoroso.

Ella tenía asida a su cintura
la acordonada mano del amigo.
Tanta enramada para tanta sangre.

Ella estaba parada
como un pequeño invierno sedentario
y en los ojos le bailaba la muerte.

Para existir después de tanta primavera,
ella debió tener un silencio estatuario
en su única arruga frontal.

Dos de noviembre

No quiero
Que mis muertos descansen en paz
Tienen la obligación
De estar presentes
Vivientes en cada flor que me robo
A escondidas
Al filo de la medianoche
Cuando los vivos al borde del insomnio
Juegan a los dados
Y enhebran su amargura

Los conmino a estar presentes
En cada pensamiento que desvelo

No quiero que los míos
Se me olviden bajo la tierra
Los que allí los acostaron
No resolvieron la eternidad

No quiero
Que a mis muertos me los hundan
Me los ignoren
Me los hagan olvidar
Aquí o allá
En cualquier hemisferio

Los obligo a mis muertos
En su día.
Los descubro, los transplanto
Los desnudo
Los llevo a la superficie
A flor de tierra
Donde está esperándolos
el nido de la acústica.

* Poemas pertenecientes al libro “Los dones previsibles”.